miércoles, 31 de agosto de 2011

¿Y quién le preguntó a Lázaro?

.
.

Lázaro volvió mudo
y un poco ofendido
pues con eso de la resurrección
se sintió en gran medida
pasado a llevar.

Dejé de ser un hombre
para convertirme en símbolo
,
alegaba sin decir
palabra alguna.

Y claro,
si bien pasó a ser algo así
como parte de la farándula
de aquella época,
no es menos cierto que esa misma situación
le trajo un número importante
de complicaciones.

Y es que para no andar con rodeos
la verdad es que Lázaro
tenía olor a muerto,
e incluso podía encontrarse
bajo sus uñas,
uno que otro gusano
que no comprendía aún
su nuevo estado.

Además,
había dejado de sentir
el sabor de las comidas,
y el alcohol y las mujeres
le traían absolutamente
sin cuidado.

Fue así que Lázaro se convirtió,
sin quererlo,
en el primer anuncio de cartón
a escala humana
hecho con fines publicitarios.

Y es que los fieles,
lo llevaban de un lado a otro
como prueba del poder
de alguien
que ya no podía explicarse,
por sí mismo,
en vivo y en directo.

Con razón no intentó salvarse él,
pensaba Lázaro,
mientras los otros evangelizaban
y él sentía que su carne se pudría
y hasta se desprendía
año tras año.

Fueron así muriendo
los que rodeaban a Lázaro:
su hermana,
su mujer
y hasta el mundo fue cambiando
mientras él,
cada vez se daba menos cuenta
de lo que ahí ocurría.

Lázaro se convirtió así,
en una especie de calcetín dado vuelta
o en un Ulises sin Ítaca,
y como la gente olvidó también
quién era,
lo cierto es que terminaron apedreándolo por las calles
exigiéndole que llevase su putrefacción
hasta otro sitio.

Lázaro vagó entonces de ciudad en ciudad
siendo considerado casi como una plaga
pues iba siempre rodeado de moscas
y dejaba un hedor nauseabundo
tras sus pasos.

Así, y por si fuera poco,
comenzaron a seguirlo las bestias,
quienes se situaban a una distancia prudente
como fieles discípulos
que nunca dormían.

Es un mesías putrefacto,
decía la gente, al verlo venir,
y se encerraban en sus casas
haciendo marcas en las puertas, inclusive,
para que Lázaro no entrara.

Pero ocurrió entonces que un día
el hedor de Lázaro llegó
hasta las infinitas narices de Dios,
y comenzó Él así a cuestionarse
que quizá había sido injusto
con el pobre Lázaro.

¡Pobre cabro!
dijo Dios,
y alejó a las bestias,
y luego espantó las moscas
hasta que por último se dio cuenta que prácticamente Lázaro
no era ya ni una hueá concreta,
por lo que ya no era útil
ni siquiera sentir lástima.

Contrariado,
y reducido a unos cuantos jirones
los restos de Lázaro lanzaron entonces una gran maldición
sobre el buen Dios:

Así como un día tú me hiciste revivir
para que la gente creyese en Ti
y te alabara,
yo te haré revivir un día
cuando ya estés muerto para todos
y así los hombres creerán en mí
y alabarán la carne pútrida de Lázaro…

De esta historia doy fe,
y testifico ante vosotros,
yo Vian,
siervo de la carne pútrida de Lázaro,
resucitado también por una gracia
cuyo objetivo final
todavía no comprendo.

5 comentarios:

  1. Estar muerto puede ser mejor que la enfermedad misma.

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  2. Pobre Lázaro!...lo que habrá sufrido.jejejeje
    Saludos.

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  3. Es mejor morir rapidamente y sin dolor, que estar sufriendo los daños de la inmortalidad (o de una vida prolongada).

    Fantástica entrada :)

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  4. Me dio risa cuando Dios se dio cuenta de que Lázaro 'no era ni una hueá concreta'

    ResponderEliminar

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