viernes, 12 de agosto de 2011

Tres ventanas.

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Hoy por hoy la biblioteca casi no deja espacios.

Me refiero a que prácticamente no hay murallas libres, y que los únicos espacios relativamente despejados son una puerta y tres ventanas.

Hoy juego a asomarme por las ventanas y descubrir que hay al otro lado.


a) Primera ventana.

-El exceso de sensibilidad es peligroso –me dice una vecina, que es psicóloga, apenas separo las cortinas-, yo una vez atendí una paciente, por ejemplo, que se ponía a llorar cada vez que veía pollos en la carnicería.

-¿Pollos en la carnicería?

-Sí, verlos desplumados, me refiero, y sin cabeza… se quedaba absorta mirándolos hasta que, literalmente, alguien debía recogerla porque lloraba desconsoladamente…

-¿Pero no cree que ese es un caso demasiado extremo como para compararlo con lo que a uno pueda sucederle?

-No lo creo, realmente… o se es o no se es sensible… eso es todo –me dice con un tono tajante.

Luego, tras ver que ella se voltea y comienza a alejarse, cierro la cortina.


b) Segunda ventana.

Nunca abro esta ventana.

Hoy descubro que da a un bar cuya existencia desconocía.

Al parecer es un lugar antiguo, con adornos que parecen de otro siglo. Tras mirar y pensar si pedía o no una cerveza, termina apareciendo un hombre que me pasa un papel, que parece una advertencia.

El papel dice así:

“Aquí está prohibido decirle a la camarera que es fea.
Ella es vieja, es cierto,
pero fue bella aunque usted no la haya visto.

Recuerde:
váyase con cuidado.
Dígale que es hermosa
y ella lo atenderá como en otro tiempo
ella atendía.”

Al final, tras leer aquella nota, decido mejor no pedir la cerveza… aunque creo que la razón no estaba en la nota.

Y es que uniendo frases, mirando cosas y hasta recordando situaciones, termino concluyendo que la razón que impulsa aquello que hacemos no puede estar nunca al interior de los hechos realizados.

Dicho esto, oculto el bar tras las cortinas, y me acerco a la tercera ventana.


c) Tercera ventana.

No todas las ventanas son ventanas. Aunque parezca una contradicción llamarlas así de ser cierta mi primera afirmación.

Sin embargo, intentar explicar lo que verdaderamente son las ventanas que no son ventanas, es tan confuso que quizá hasta saldría mejor mentirles y decir simplemente que miré por esa tercera ventana y vi una biblioteca igual a la mía.

Un tanto sin ordenar y con un Vian que escribía un texto mientras luchaba torpemente con el sueño, lo que vi no terminó de convencerme y, a pesar de que el observador era yo, sentí como si también estuviese siendo visto, desde algún sitio. Y se me hizo imposible seguir observando… y hasta moví un estante de libros, para tapar esa ventana.

Ese Vian que se veía por la ventana, me dije entonces –porque a pesar de tapar esa ventana seguí pensando en lo que vi ahí-, debiese dejar el texto hasta ahí y dormir un poco porque hace tiempo no lo hace. Además yo creo que ya cumplió con lo que debía hacer en el día.

No muy bien, quizá, pero cumplió.

Y es así como el final de un texto deja de ser también el final de un texto, para poder conciliar el sueño.

A veces eso basta.

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