I.
Parece un chiste, pero hay un pueblo con una casa. Con una sola casa me refiero. Una edificación pequeña, sencilla y que es lo único habitado en aquel lugar.
Digo que parece un chiste porque la gente ríe cuando cuento sobre él y muestro fotos. Y a veces hasta quieren discutir diciendo que eso no puede ser un pueblo.
-Un pueblo es otra cosa –me dicen.
Los más modernos buscan entonces en sus multifuncionales aparatos telefónicos la ubicación del lugar y verifican que sí, que aparece indicado como pueblo, aunque no se hace mención al número de habitantes, ni a la extensión territorial.
-Si supieran que tiene una sola casa no saldría con ese nombre –alegan, pero su tono ya es distinto, como si aceptasen la nomenclatura.
Yo entonces les cuento sobre mi visita al pueblo... mi llegada a la única casa, y sobre aquello que encontré, sorpresivamente, en su interior.
-¿Qué es eso? –me peguntan cuando les muestro la foto.
-Es el hombre de la casa –contesto yo.
-¿Cuál hombre?
-El hombre del pueblo –les insisto, acercándoles la imagen.
Ellos entones, con la foto en sus manos, la colocan en distintas posiciones para ver al hombre del que les hablo.
-¡Pero eso no es un hombre…! –dicen, tras un análisis que creen correcto-. Es como una esfera pequeña, poco más grande que una bolita…
Yo me doy cuenta así que ellos se refieren al ojo del hombre, uno que está solo, sobre la mesa, igual que la casa habitada al interior del pueblo.
-Solo se han fijado en el ojo del hombre –les aclaro.
-¿Y el hombre? –se defienden ellos- ¿Acaso un hombre no es justamente lo que rodea a ese ojo… más el ojo…?
-¿Creen ustedes que eso es un hombre? –pregunto.
-¿Y qué es sino? –insisten ellos
-No sé definirlo bien, quizá… pero ahí hay uno –digo volviendo a la foto.
Los demás me miran y guardan silencio. Luego se van.
II.
Lo del pueblo no es metáfora. Ni lo del hombre. Me gustaría dejarlo claro.
Sé que suena extraño y que la lógica que manejan les lleva a decir que no, pero yo les planteo un juego.
-Piensen –les digo- en un hombre. Uno tradicional y entero, en principio… Ahora bien, en su imaginación, para que no sufra, córtenle ustedes un brazo… ¿sigue siendo un hombre?
-Sí –aceptan ellos.
-Ahora córtenle el otro brazo, y de pasada las piernas… ¿sigue todavía siendo un hombre?
Ellos dudan un poco, pero al final aceptan el criterio.
-Pues bien… sigan ahora hasta llegar a un ojo. Despojen de todo al hombre menos de un ojo… ¿sigue siendo un hombre?
-No –dicen ellos, rotundos-. Por supuesto que no es un hombre… ¡es un ojo!
-¿Y en qué momento el hombre dejó de ser un hombre para pasar un ojo? –les pregunto.
Pero ellos no contestan, pues creen que estoy borracho. Y no comprenden de despojos.
III.
Está bien… es cierto, estoy borracho. Pero el punto aquí es otro.
Yo se los diría, con gusto, pero me duele sentir que no me creen, y que me miran como a alguien poco serio.
Es decir, sé que ellos verán las fotos, y opinarán sobre el lugar… aunque sin nunca atreverse a visitarlo.
Respecto al hombre, por otro lado, creo que nunca aceptarán que lo llame de esa forma, y todo lo que él ha visto se perderá… y puede que hasta llore el hombre en esa casa que es la única de un pueblo, sin que nadie logre nunca darle importancia a su tristeza.
Y es que quieran aceptarlo o no, esto es cierto: hay un pueblo que tiene una sola casa. Y en la casa hay un hombre que a veces parece ser un ojo, o una boca, o hasta un corazón, pero nadie acepta que es un hombre.
Si fuera una cáscara de hombre, pienso finalmente, por más que estuviese vacío, nadie dudaría de su existencia.
Profundamente nadie.
Parece un chiste, pero hay un pueblo con una casa. Con una sola casa me refiero. Una edificación pequeña, sencilla y que es lo único habitado en aquel lugar.
Digo que parece un chiste porque la gente ríe cuando cuento sobre él y muestro fotos. Y a veces hasta quieren discutir diciendo que eso no puede ser un pueblo.
-Un pueblo es otra cosa –me dicen.
Los más modernos buscan entonces en sus multifuncionales aparatos telefónicos la ubicación del lugar y verifican que sí, que aparece indicado como pueblo, aunque no se hace mención al número de habitantes, ni a la extensión territorial.
-Si supieran que tiene una sola casa no saldría con ese nombre –alegan, pero su tono ya es distinto, como si aceptasen la nomenclatura.
Yo entonces les cuento sobre mi visita al pueblo... mi llegada a la única casa, y sobre aquello que encontré, sorpresivamente, en su interior.
-¿Qué es eso? –me peguntan cuando les muestro la foto.
-Es el hombre de la casa –contesto yo.
-¿Cuál hombre?
-El hombre del pueblo –les insisto, acercándoles la imagen.
Ellos entones, con la foto en sus manos, la colocan en distintas posiciones para ver al hombre del que les hablo.
-¡Pero eso no es un hombre…! –dicen, tras un análisis que creen correcto-. Es como una esfera pequeña, poco más grande que una bolita…
Yo me doy cuenta así que ellos se refieren al ojo del hombre, uno que está solo, sobre la mesa, igual que la casa habitada al interior del pueblo.
-Solo se han fijado en el ojo del hombre –les aclaro.
-¿Y el hombre? –se defienden ellos- ¿Acaso un hombre no es justamente lo que rodea a ese ojo… más el ojo…?
-¿Creen ustedes que eso es un hombre? –pregunto.
-¿Y qué es sino? –insisten ellos
-No sé definirlo bien, quizá… pero ahí hay uno –digo volviendo a la foto.
Los demás me miran y guardan silencio. Luego se van.
II.
Lo del pueblo no es metáfora. Ni lo del hombre. Me gustaría dejarlo claro.
Sé que suena extraño y que la lógica que manejan les lleva a decir que no, pero yo les planteo un juego.
-Piensen –les digo- en un hombre. Uno tradicional y entero, en principio… Ahora bien, en su imaginación, para que no sufra, córtenle ustedes un brazo… ¿sigue siendo un hombre?
-Sí –aceptan ellos.
-Ahora córtenle el otro brazo, y de pasada las piernas… ¿sigue todavía siendo un hombre?
Ellos dudan un poco, pero al final aceptan el criterio.
-Pues bien… sigan ahora hasta llegar a un ojo. Despojen de todo al hombre menos de un ojo… ¿sigue siendo un hombre?
-No –dicen ellos, rotundos-. Por supuesto que no es un hombre… ¡es un ojo!
-¿Y en qué momento el hombre dejó de ser un hombre para pasar un ojo? –les pregunto.
Pero ellos no contestan, pues creen que estoy borracho. Y no comprenden de despojos.
III.
Está bien… es cierto, estoy borracho. Pero el punto aquí es otro.
Yo se los diría, con gusto, pero me duele sentir que no me creen, y que me miran como a alguien poco serio.
Es decir, sé que ellos verán las fotos, y opinarán sobre el lugar… aunque sin nunca atreverse a visitarlo.
Respecto al hombre, por otro lado, creo que nunca aceptarán que lo llame de esa forma, y todo lo que él ha visto se perderá… y puede que hasta llore el hombre en esa casa que es la única de un pueblo, sin que nadie logre nunca darle importancia a su tristeza.
Y es que quieran aceptarlo o no, esto es cierto: hay un pueblo que tiene una sola casa. Y en la casa hay un hombre que a veces parece ser un ojo, o una boca, o hasta un corazón, pero nadie acepta que es un hombre.
Si fuera una cáscara de hombre, pienso finalmente, por más que estuviese vacío, nadie dudaría de su existencia.
Profundamente nadie.
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