martes, 9 de agosto de 2011

La antesala.

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Me dejaron esperando en la antesala. No había sillas. Ni nada.

Creo que así son las antesalas. Eso al menos me dijo un hombre que estaba ahí, y que ya parecía haber aceptado aquellas condiciones.

-Nada se puede hacer –me dijo, mientras se apoyaba en una muralla.

Yo, en cambio, estaba aún con fuerza y permanecía de pie, al centro de la antesala. Muy derecho y con los brazos a los costados. Como si estuviera orgulloso de estar vivo.

-Usted parece hueón parado así –me lanzó entonces el otro tipo-. Acá nadie nunca se impresiona de esas cosas… está perdiendo el tiempo.

Yo lo miré de reojo, pero no lo tomé en cuenta. Pensé que si esa era la antesala, al menos pronto saldría de ella. Y por lo mismo, no había necesidad de molestarse con nadie.

Pero comenzó a pasar el tiempo.

No sé cuánto porque nunca ando con nada para medirlo. Y el hambre y el sueño tampoco funcionan regularmente en mi organismo.

-Yo también estuve así un tiempo –me dijo el hombre, aunque sin mirarme-. No sé cuando, ni desde cuándo, pero me debo haber visto así como usted… ¿no le interesa saber hace cuánto estoy acá?

Yo no quise responder. Me sentía extrañamente incómodo.

-Sé que le interesa –agregó él, sin esperar mi respuesta-. A todos nos interesa saber algo sobre los otros… sobre todo cuando nos damos cuenta que no podemos saber nada de nosotros mismos.

-No hable usted por mí –lo interrumpí, algo molesto-. Yo estoy aquí de paso, ésta es la antesala y…

-Todo es antesala –dijo él, entonces-. Todo es siempre antesala… Incluso la espera que usted siente es quizá antiespera…

-¿Sabe…? –interrumpí otra vez-. No me interesan sus juegos de palabras y eso de hacerse el interesante… a mí me han dicho que ésta es la antesala y que me harán pasar prontamente… Si a usted no lo llaman debe ser por algo… piense mejor en eso…

Él entonces se calló un poco, pero luego agregó.

-He tenido tiempo para pensar en lo que usted me dice… Tanto que no sé contarlo, o expresarlo… pero en resumen tuve tiempo… ¿y sabe…? No debiera decirle esto, pero no gaste usted tiempo en pensar cosas… cuando uno comprende es siempre por otro camino: sublimación espontánea, casi… por llamarla de alguna forma.

-¿Y el pensar? ¿Para qué sirve según usted?

-No sé para qué sirve –respondió-. Pero no sirve para comprender… pensar siempre es antecompender… de la misma forma que pensar en vivir es siempre retroceder un paso atrás de nuestra vida… o pensar en amar…

-Espere –le dije- ¿Ahora me va a decir que siempre antevivimos, y anteamamos y todas esas estupideces…?

-Anteestupideces, -complementó él, de lo más serio-. Las verdaderas estupideces siempre están al final de lo que creímos nuestra espera, o nuestra vida, o lo que sea que uno pretenda comprender…

-¿Es decir que la antesala…? –intenté preguntar.

-La antesala lo es todo. No hay sala –concluyó-. O no está hecha, por lo menos.

Luego él guardó silencio. Y comenzó a darme sueño. Y me senté en el suelo de la antesala.

-¿Tiene usted hambre? –me preguntó entonces el hombre, buscando algo en su maletín.

-No tengo hambre –le dije por molestar-. Tengo antehambre no más… y un poquito.

El hombre me miró tras decir esto, y se detuvo. Por un momento pensé que iba a sonreír, pero al final no lo hizo.

Quizá fue una antesonrisa, pensé, y me recosté en el suelo.

Luego me dormí.

Finalmente, soñé que estaba al interior de la sala. No recordaba cómo había entrado, pero el lugar era perfecto para mí…

Una biblioteca inmensa y llena de ventanas, si quieren ustedes saberlo.

Y yo debía ordenarla.

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