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“No es un rey…
Apenas es un niño que juega a ser un lobo
que juega a ser un rey…”
Donde viven los monstruos, Spike Jonze.
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I.
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Una ventaja que tenemos
sobre los hombres felices,
es que ellos no tienen historia.
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Piensen si no
en el “y vivieron felices para siempre”
al final de cualquier cuento para niños
y admitan mi tesis
sin oponer reparos.
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Y es que nada hay para contar
en la vida de los felices,
salvo la repetición constante
del rito de la felicidad
en las distintas formas
que ésta adquiere.
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Por otro lado,
hay que saber distinguir
al hombre feliz
de otros que por razones muy distintas
pueden llegar también
a carecer de historia propia.
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Me refiero aquí a los cobardes,
por ejemplo,
o a esos que decidieron vivir la historia
de algún otro,
u optaron por el diseño casi por manual
de una vida segura
y sin sobresaltos.
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Quédense ellos entonces
con su tranquilidad:
paseen sus perros de raza,
huelan las flores del jardín
y hasta amen a los amables…
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Pero no me ofrezcan esa vida,
que debe al menos
saber a plástico.
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Déjenme a mí cultivar ortigas,
y confiar en los traidores,
o enamorarme de las prostitutas…
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Además,
quiero tener historias para contar,
y fingir que son amenas
y entretenidas…
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Y es que quiero entrar con ellas
a las casas de los felices,
e ir ganando de a poco su confianza…
acercarme a sus niños
y a sus mujeres…
hasta que descubran demasiado tarde
que la última de aquellas historias
escondía en realidad
una bomba de tiempo,
dentro.
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II.
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No es natural
la palabra felicidad.
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No nace de los árboles,
ni nada en los ríos,
ni es encontrable al interior
del corazón de los hombres.
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Su hogar es más bien
indecente como un estudio publicitario,
y su espíritu funciona de una forma similar
con la que operan los baños químicos.
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Y es que la palabra felicidad
es similar a una bebida de fantasía
que encanta hasta que se le va el gas…
y es también como el muro que separaba
el jardín de niños donde estudié,
de una población que era mejor mantener escondida
de los ojos felices
de todos nosotros.
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III.
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Los hombres felices
aman a mujeres felices
y tienen hijos felices.
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Comparten tiempo juntos,
viajan en la medida de lo posible
y hasta creen en un Dios
que les otorga la felicidad
como un añadido más
al simple hecho de existir.
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Por lo mismo,
les cuesta entender a aquellos
que parecen afligidos
o amargos,
por lo que comúnmente escogen
sentir lástima por ellos,
o hasta rabia…
tildándolos de resentidos
o incluso creyéndolos impuros
de corazón.
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Por último,
si una visita que no profesaba sus costumbres
se cuelga al interior
de una de sus habitaciones,
la familia feliz decide
-por unanimidad por supuesto-
clausurar aquella pieza,
y evitar hablar en lo posible
del asunto.
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Con todo,
si uno cronometrase los movimientos
que la familia feliz hace al interior
de aquella casa,
sería justo señalar que ante aquella puerta
bloqueada,
los integrantes de la familia suelen detenerse
una pequeña fracción de segundo más
que ante cualquier otra
de las que existen en la casa.
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IV.
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No tienen historia
los hombres felices,
ni tampoco los cobardes.
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La diferencia es que los primeros
son insensatos,
mientras que los segundos
son demasiado cobardes
como para ser también insensatos.
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Ambos,
sin embargo,
están condenados a pagar su crimen
de una forma similar.
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Así que bueno…
ojalá se den un tiempo
y la averigüen…
porque al menos yo
no pienso gastar ni una palabra más
hablando de felicidades y seguridades
en las que no creo
en lo más mínimo.
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Además,
por si fuera poco,
acabo de recordar
que tenía algo importante que hacer,
así que tengo una razón extra
e irrenunciable,
para dejar hasta acá
lo que tenía que decirles.
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...siempre es...
ResponderEliminarinteresantísimo
.......y........
entretenidísimo
.....leerlo.....
a veces pienso que las personas felices piensan que soy una resentida.
ResponderEliminara veces me pregunto si soy feliz siendo resentida.
pero por lo general soy felizmente triste.