miércoles, 12 de enero de 2011

Juicio a Vian, o sobre el extraño arte de abrir una puerta abierta. (Partes I y II)

.
.
Parte I: Donde se esclarece que las palabras de Vian no contienen falsedad.

-¿Puede el acusado repetir su nombre y asegurar que todo lo que dirá en este juicio, será cierto?

-Puedo.

-Entonces hágalo.

-Mi nombre es Vian. Así no más, sin tilde y sin agregados. Y aseguro que todo aquello que diga en este juicio será esencialmente cierto.

-¿Podría omitir el “esencialmente” y decir simplemente que aquello que dirá será parte de la verdad?

-Podría, pero la verdad es indivisible…

-¡Protesto, su señoría, el acusado está dilatando el proceso de manera escandalosa…!

-Permita hablar al acusado, señor fiscal. Le recuerdo que su turno de intervenir aún no ha sido dado. Y en cuanto a usted, señor Vian…

-Lo escucho, su señoría.

-¿Las declaraciones que emitirá, contendrán algún tipo de mentira o falta a la verdad?

-No su señoría. Además no sé mentir y cuando lo hago me viene un tic extraño y desagradable…

-¿Qué le sucede cuando miente, Vian?

-Partes de mi cuerpo desaparecen y luego debo buscarlas en los lugares más insólitos.

-¡Protesto su señoría, esa es una mentira evidente!

-Espere, señor fiscal…lo comprobaremos. Dígame, Vian, ¿cómo podría evidenciar que aquello que ha dicho no es una mentira?

-Porque ninguna parte de mí ha desaparecido aún, su señoría.

-Mmm, ¿y no podría evidenciarlo de la manera contraria?

-¿Mintiendo, su señoría?

-Sí, sólo por esta vez…

-Es que usted no sabe lo incómodo que es eso de perder una parte de uno…

-Por favor, Vian, es necesario.

-Está bien… Diré entonces que el señor fiscal tiene una vida feliz.

-¡¿Puede verlo, su señoría…?! El señor Vian es un mentiroso, un…

-Silencio señor fiscal, y dejemos que el acusado explique qué sucedió. Díganos Vian, ¿qué sucedió?

-Sucedió que dije una mentira y una parte de mí desapareció.

-¿Qué parte, señor Vian?

-Las amígdalas…

-Pero eso no nos sirve, Vian.

-¿Puedo fijarme entonces si desapareció algo más?

-Puede.

-…

-¿Y?

-No observo nada, su señoría, pero…

-¡Espere Vian…! ¡Acérquese al estrado!

-¿Cuántas orejas tenía usted al iniciar el juicio?

-Dos, su señoría… una a cada lado…

Pues ahora sólo tiene una.

-¡Eso es imposible, señor juez, el acusado debe haber hecho algún tipo de trampa…!

-Compruébelo usted mismo, señor fiscal, observe las fotos de la detención… ¿Tiene aún algo que objetar?

-No, su señoría.

-Entonces comencemos con el juicio.

-Pero señor juez…

-Dígame, Vian…

-¿Y mi oreja? La que me falta, quiero decir.

-¿Qué ocurre con ella?

-Podría alguien, mientras dura el juicio, tratar de encontrarla.

-Ya lo había pensado, señor Vian… ¿No tiene inconvenientes en que un perro le olfatee la otra oreja para que ayude en la investigación…?

-No, su señoría, siempre y cuando sea de utilidad.

-Llamen a los dos mejores perros rastreadores y a dos unidades de investigaciones…

-¡Pero su señoría, tomarse estas molestias por un acusado de asesinato, me parece al menos algo…!

-No cuestione mis órdenes, señor fiscal. Además éste el día de mi retiro y creo que ya es tiempo de que pueda encontrarme con un acusado de este tipo…

-¿Dejará de ser juez, señor juez?

-Sí, Vian, hoy me retiro.

-¿Podría saberse por qué? Usted se ve joven todavía…

-Claro que podría… ¡Señores! Receso de 30 minutos, para esperar los perros y para contarle al señor acusado las razones de mi decisión.


Parte II: Las razones que esgrime el juez para explicar su retiro.

-¿Sabes, Vian? Es terrible ser juez… ¿puedo tutearte, cierto?

-Claro, no se haga problemas.

-Pues eso…, sé que todos podrían decir lo mismo, que a lo mejor lo difícil de fondo es ser un hombre, pero en mi caso, el problema que me aqueja es ser juez… ¿quieres un café?

-¿Puede ser una cerveza?

-¡Claro! Abajo del estrado hay un frigo bar… trae dos.

-¿Destapador hay?

-Apoya la tapa entre el pulgar y el índice de la estatua de la justicia…

-¿No se enojará?

-¿Quién?

-La mujer de la estatua…

-No sabría con quién, tiene los ojos vendados.

-… ¡Listo entonces!

-¡Salud…!

-¡Salud…!

-…

-¿Tienes tú alguna clase de poder, Vian?

-¿A qué se refiere?

-No sé, un poder… es que ese es el problema en mi caso… es que ser juez digamos que es la mesada de poder que Dios me da…

-¿Mesada de poder?

-Sí, como el dinero que le da un padre a su hijo… sólo que en mi caso ese dinero no puedo gastarlo en mí, ni acumularlo…

-¿Y usted quiere entonces renunciar a esa mesada?

-Exactamente.

-Y no se sentirá dolido el padre…

-¿Qué padre?

-El que le da el poder…

-Pues no lo sé, pero a veces siento que para él es un alivio, como cuando andas con los bolsillos llenos de monedas y buscas a un mendigo para alivianarte…

-Mmm… puede ser, hay varias cosas que uno no puede acumular en uno mismo…

-Claro, a eso me refiero… ¿no te ha pasado eso a ti?

-No sé, de cierta forma, quizá…

-¿No quieres contar?

-No es eso… es que es extraño… como que son cosas que no están hechas para ser dichas…

-¿Se puede intentar?

-Claro… el problema es que son sensaciones…, como que yo hubiese estado guardado gran tiempo dentro mío…

-¿Cómo?

-Dentro, como esas muñequitas rusas… ¡pero en macho…!

-Sí, en macho, no es necesario especificar…

-Disculpe, es que tengo mala suerte, cuando uno habla de lo que no se habla, termina uno pareciendo maricón, o amanerado… además como uno está solo…

-¿Y por qué está solo, Vian?

-¿A qué se refiere?

-A que no es usted particularmente feo, y hasta parece una persona agradable…

-No lo sé. A veces pienso que es porque exijo demasiado a quienes amo.

-No lo entiendo.

-Pues eso, supongo que mi amor es una especie de exigencia, y como además me cuesta expresar las intenciones de fondo…

-¿Son buenas las intenciones de fondo?

-Sí, buenas. Las puse en duda un tiempo, pero son buenas.

-Quizá sería usted un buen juez, Vian.

-No lo creo, soy demasiado estricto, no podría declarar a nadie inocente…

-¿Y culpables?

-Mmm… no lo había pensado… pero supongo que ahí está el centro del problema…

-Pues precisamente eso es lo que me pasa a mí, lo que yo siento…

-¿Qué cosa?

-Que nadie es inocente, Vian… que todo es triste e injusto como el sueldo mínimo…

-Eso sí que es triste…

-Claro, pero imagínese además que ese sueldo mínimo es nuestra moneda de cambio para todo…

-¿Cómo…? Ahora el que no entiende soy yo…

-Pues eso, una moneda de cambio… un sueldo mínimo que no sólo es aquello que tenemos para nosotros, sino aquello que tenemos para dar…

-Pero un sueldo mínimo no alcanza para dar nada…

-¡Ese es el problema, Vian…! Ni siquiera para sobrevivir nosotros mismos…

-…

-¡Ni siquiera para sobrevivir dentro de uno mismo! Por eso siento que es una estupidez ser juez, Vian… Nadie puede ser culpable de perderse a sí mismo, con esa escasez de recursos… ni qué decir de relacionarse con los otros… de engañar, de exigir desmedidamente, o de asesinar, como en su caso…

-Entonces usted sabe que yo sí asesiné a alguien…

-Claro que lo sé… desde que lo vi entrar a la sala…

-Pero entonces el juicio está de más…

-Creo que no, Vian, y espero que no me decepcione… hay algo en usted que siento distinto, y que sabía debía llegar en mi último caso…

-Pues no sé si podré no decepcionarlo, señor juez… no me siento especial, sabe…

-Yo tampoco sé si podrás, Vian… ¿pero sabes algo? Sé que podrías.

-…

-Ya. Parece que se acabó el receso.

2 comentarios:

  1. Señor Vian...el juicio es por ese Viancito a quien le apretó las costillas???

    Ah, comenté y consulté algo en la entrada anterior, si no es mucha la molestia, una respuesta porfavor !

    Saludos.
    Me agrada leer sus textos.

    ResponderEliminar
  2. Mmmmmmm que ganas de leer ya! el desarrollo del juicio...
    Encontarste el cenicero????

    ResponderEliminar

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales