jueves, 13 de enero de 2011

Juicio a Vian, o sobre el extraño arte de abrir una puerta abierta. (Parte III)

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Parte III: Sobre la incomprensión que no hiere.

-Vian, ¿podría hacernos un resumen de los hechos?

-¿De cuáles hechos, señor juez?

-De los que lo han traído aquí.

-Pues no sé si pueda, señor juez… Uno no sabe donde comienzan los hechos que han de llevarnos a algún sitio y además…

-¿Vian…?

-¿Sí?

-Creo que seré más directo… ¿asesinó usted a una persona?

-Creo que sí, señor juez.

-¡Lo ha dicho….! ¡Pido que se tome nota y se consigne en el acta!

-Silencio fiscal. Usted sabe perfectamente que todo está siendo escrito… Respecto a usted, Vian, ¿puede contarme de forma breve cómo ocurrió ese asesinato?

-Sí señor juez, ocurrió así: ¡Pum!

-¿Cómo “Pum”? ¿Le disparó usted a alguien?

-No, señor. Algo ocurrió en mí y luego miré a esa persona, y después ¡Pum!, se había desplomado y estaba muerta.

-¿Y usted dice que la mató?

-Sí, señor juez. Yo lo hice.

-¿Pero hubo algún motivo? ¿Algo que nos permita establecer una secuencia lógica para la existencia de este asesinato? ¿Celos, venganza…?

-No, señor juez. No algo concreto, al menos. Además, podría decirse que los otros carecen de la comprensión que hiere, por lo tanto, nunca me he sentido dañado por los otros… lo que descarta haber actuado por venganza.

-Yo pensaba que lo que hería era la incomprensión…

-No, señor juez, la incomprensión es siempre la moneda de cambio… lo que daña en el fondo es la comprensión, ser vistos por los otros más que por nosotros mismos…

-Señor juez, siento protestar nuevamente, pero la forma cómo se está desarrollando este juicio no nos acerca a ninguna resolución…

-¡Silencio fiscal…! Se lo repetiré por última vez: este es mi último juicio, y quiero llevarlo a mi gusto… ¿podría dejarme entonces hacerlo a mi manera…?

-Si usted, lo ordena, señor juez…

-¡Claro que lo ordeno!

-…

-¿Señor Vian?

-Dígame, su señoría.

-¿Podría explicarme cómo es eso de matar gente?

-Pues es algo extraño, señor juez… y a la vez natural… uno envejece pensando que no tiene poder alguno y resulta que de pronto uno aprende a matar, así sin más: sin odio… sin motivos… aunque de cierta forma uno sintiese que se trata también de una obligación…

-¿Una obligación? ¿En qué sentido?

-Mmm, no sé bien cómo explicarlo, quizá como cuando un profesor le quita la prueba a un alumno, sin que la haya terminado…

-¿Cómo castigo? ¿Por qué lo sorprendieron copiando, o algo así…?

-No, señor juez. Porque ya no está respondiendo nada. Porque pasa el tiempo y no te la entrega, pero tampoco responde…

-Pero entonces usted no les deja oportunidad…

-Quizá sí… digamos que si me acerco a quitarla y veo que el alumno comienza a responder, yo le permito contestar lo que desee, y puedo darle el tiempo que quiera…

-¿Y sobre la naturaleza de las respuestas…? Es decir, si son correctas o incorrectas ¿tiene algún tipo de efecto en su resolución?

-No creo estar en condiciones de juzgar aquello, señor juez.

-…

-¿Sabe, señor juez? Quizá no venga al caso, pero a veces me pasa que veo la vida como una de esas obras de teatro en la que todos hablan y nadie escucha… y bueno… ocurre entonces que observo a la gente y actúo de forma extraña…

-¿Puede darme un ejemplo concreto?

-¿Puede ser triste, además de concreto?

-Puede.

-Pues sucedió que un día creí que el truco de la vida era jugar a descubrir como un niño chico…

-Disculpe que lo interrumpa, Vian, pero tendrá que ser más concreto, no lo digo por mí, pero este juicio debe ser válido y eso exige ciertos lineamientos.

-¿De qué forma puedo ser más concreto, su señoría?

-¿Podría especificar los días a los que se refiere, por ejemplo, o los lugares…?

-Lo intentaré, señor juez…

-Gracias.

-Pues esto me sucede casi siempre, pero también sucedió este martes 11…

-Continúe…

-Decía yo que a veces creo descubrir secretos, claves… no sé, como cifras escondidas, frases… cosas que califico como descubrimientos infantiles, porque carecen de razón y claro… suelen traerme un montón de inconvenientes… Este martes por ejemplo… había ido a un concierto de piano en un lugar que al parecer estaba mal indicado en la prensa, pues en el sitio nombrado no había nada preparado para aquel día…

-¿Qué sitio era, señor Vian?

-El teatro Universidad de Chile, su señoría… metro Baquedano…

-Continúe, Vian, tampoco quiero que se detenga en lo concreto…

-Está bien. Ocurrió entonces que creí sentir que ese error estaba preparado… es decir, yo debía ir a ese concierto…

-¿Pero no dijo antes que no había concierto?

-Claro, no de piano al menos. Pero supuse que alguien debía dar un concierto que yo debía escuchar… Fue así que me puse a caminar buscando la dirección correcta… caminé harto, sabe, hasta que sentí que me había perdido y paré en un bar, en Bellavista, y pedí una cerveza…

-¿Ese es el bar donde encontraron el cadáver?

-Ese mismo.

-Continúe.

-Ocurrió que llegué, pedí la cerveza y comencé a mirar a los demás… personas que pasaban caminando, los garzones, un par de gringas… dos viejos que hablaban de libros… en fin, la gente. Y fue entonces que comencé a descubrir como un niño chico.

-¿Y qué descubrió, Vian?

-Descubrí que todos eran niños disfrazados… es decir, creí descubrirlo al menos, sin mucha razón de por medio… como si yo debiese encontrarlos, como en las escondidas: ¡un, dos, tres por el niño que está detrás de los bigotes!, o ¡un, dos, tres, por las niñas que están metidas en los zapatos de sus madres…!

-¿Pero usted lo decía…?

-¿Cómo?

-Que si usted decía eso en voz alta, o intentaba arrancarle el bigote al hombre, o algo así…

-Esta vez no, señor juez, aprendí de una vez que me golpearon cuando intenté borrarle las arrugas a una abuelita que yo creí también niña disfrazada…

-Antes que termine la historia, Vian ¿ha pensado por qué le ocurre eso?

-¿Qué cosa?

-Lo de ver a la gente como niños.

-Quizá me ocurre por no ver niños, por no encontrarlos. Es que con ellos es al revés, y es más triste… con ellos es como si fueran adultos disfrazados, enanos a veces, u hombres con muñones…

-¿Y qué sucedió entonces en el bar?

-Sucedió que de pronto me di cuenta de mi error, y vi que no eran niños. Sé que puede parecer algo absurdo, o sencillo, pero para mí es algo que duele… y que descoloca… fue entonces que lo pensé: “La vida está jodida”, me dije… y sentí que quizá yo era el que estaba llamado a dar ese concierto… o ese no-concierto… y la maté.

-¿A quién mató, Vian?

-A una mujer que estaba sola en una mesa, al final del bar.

-¿Por qué?

-Porque ya no estaba respondiendo nada en su prueba, porque el tiempo se le estaba escapando.

-¿Esa es la historia entonces?

-Creo que sí. Esa es.

-Iremos entonces a otro receso. De vuelta puede interrogar usted al acusado, señor fiscal.

-Gracias, su señoría.

-No es un favor. Es mi obligación.

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