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Me dediqué esta noche (y lo que va de la mañana) a ver películas islandesas. O sea, una era danesa, excepcionalmente, pero todas eran del mismo director islandés. Hlynur Palmason, se llama. Ya tiene premios y es bastante reconocido, así que no descubro nada. Nada salvo que ya he estado en Islandia, aunque lo olvide, una y otra vez.
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Mientras veo las películas, reconozco los lugares, los caminos, y hasta el idioma, de vez en cuando. También la forma en que los personajes razonan y hasta comparto las decisiones que los llevan (o no) a actuar. Las plantas de mis pies, incluso, recuerdan la textura fría y a la vez acogedora, de algunos lugares. Acogedora porque saben mi peso, mayormente, y me sostienen bien. Por nada más.
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Días largos, recuerdo. Días sin noche. O con noches que llegaban desde dentro y sin querer te confundían y hasta (sin querer) te hacían mal. Luces que rebotan en todas partes, menos en ti mismo, te das cuenta. Un hermano bajo tierra, una iglesia vacía y de vez en cuando animales silenciosos, en medio de un mundo que no sabe gritar. Buscas entonces, en esos sitios, pero en el fondo te sabes buscado. O encontrado, incluso. Eso descubro.
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