A menudo te equivocas y crees que la historia es tuya. O no tuya precisamente, pero que de cierta forma gira en torno a ti. Es un error común y hasta puede que la palabra error no sea la adecuada. Me refiero a que tienes derecho de creerlo, supongo, durante algún tiempo. A sentirte protagonista y hasta pensar que el libro termina con tu propio fin. Eso hasta que el verdadero fin llega, por supuesto, y entonces te das cuenta que no eres la historia. Que no es tuya. Algo que probablemente intuías, pero que preferías no saber. O no decir, al menos.
Y claro… es triste, hasta cierto punto. O puede serlo, sin duda, para algunos. Sobre todo para aquellos que se niegan a abandonar la idea de la historia propia. Para aquellos que no aceptan que pasaron apenas por el libro ese que en algún momento creyeron propio.
Y es que apenas (con suerte), descubrirán que fueron una nota. Siempre quietos, como un marcapáginas. Uno en medio de un libro ajeno y que probablemente nadie leyó. Y además, marcando algo cuyo significado no llegamos nunca a comprender del todo.
Así y todo, las enseñanzas fueron claras:
No eras tú, el libro.
No eras tú, la historia.
Y no eras tú, tampoco, el centro de la historia.
Es decir, estuvimos ahí, simplemente, en medio de algo.
No en el centro, pero si en medio.
Y nuestra vida, pequeña y breve, se desarrolló ahí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario