martes, 5 de agosto de 2025

El dolor no es nunca de uno.



El dolor no es nunca de uno.

Ni tampoco de los demás, por cierto.

Con esto –aclaro-, no me refiero a la idea de posesión o de ser los dueños del dolor, sino al casi terrible asunto de quién lo percibe. O lo sufre.

Digo “casi terrible”, porque en el fondo no se trata de una experiencia directa.

Es decir, lo que tenemos en nosotros, cuando nos dolemos, no es el dolor mismo.

Es decir, nuestro “estado doloroso” es el resultado de lo que algunos llamarían una experiencia a distancia, o asincrónica.

Con esto, en todo caso, no pretendo minimizar las sensaciones ni plantear –en lo absoluto-, que sean inexistentes.

Ese no es, en modo alguno, mi propósito.

En otras palabras, lo que ocurre es que nos dolemos, simplemente, pero sin dolor.

Y es esa simpleza, justamente, la que luego nos engaña y nos lleva a pensar que el dolor está ahí, en uno o en los otros; y hasta que tiene un tipo de existencia particular, diseñada a la medida de quien lo sufre…

¡Qué ilusos somos con el dolor…!

¡Y cuánto dolor extra tras reconocer, simplemente, lo indiferente que le somos…!

¡Ridiculez y vergüenza es lo que debiésemos sentir…!

No dolor, que además no es de uno.

Ni de otros.

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