miércoles, 6 de agosto de 2025

Sin paraguas.


Ella se paró de improviso junto a mí y habló con soltura, como si me hubiera conocido desde antes.

-Ojalá no llueva hoy porque ando sin paraguas -me dijo.

Yo observé el cielo, que era claro y no se veía en él nube alguna.

-No creo que llueva –dije entonces-. El cielo está despejado y parece incluso que hará calor.

Ella entonces levantó la vista y observó el cielo.

-No me preocupa el calor –comentó-. Lo que me preocupa es que llueva y no tenga paraguas.

Yo asentí.

La observé luego, con cierto recelo, pues no me parecía muy normal su conversación y temí que pudiera traerme algunas complicaciones.

-Una complicación como la lluvia –dijo ella entonces, interrumpiendo lo que pensaba.

-¿Cómo? –pregunté.

-Digo que yo también puedo complicarlo como si fuese lluvia -explicó-. Y tampoco lleva usted paraguas para eso.

Cuando terminó de hablar la observé. Esta vez directamente, para saber si la conocía.

-¿No nos conocemos, cierto? –pregunté-. Desde antes, quiero decir.

Ella no contestó.

En cambio, volvió a mirar el cielo y me pareció que hacía unos cálculos.

-Parece que es cierto –comentó-. No se ven nubes, aunque igual no hay que confiarse.

Yo la observé y volví a asentir.

Nos quedamos en silencio.

Un par de minutos después, ella se fue.

Justo entonces, cuando dejé de verla, sentí caer la primera gota.

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