jueves, 16 de enero de 2025

Se quedó solo el matón del barrio.


Se quedó solo el matón del barrio.

Golpeó a todos y se olvidó de dejar alguno.

No digo dejarlo como amigo, sino como víctima futura, al menos.

Y es que ahora, además de solo, ya no le queda al matón trabajo por hacer.

Puede golpearlos de nuevo, por supuesto, pero en esencia, ya todo está hecho.

-¿Y si te cambias de barrio? -le pregunto-. Podrías empezar de nuevo y…

Me mira molesto y eso basta para hacerme callar.

El también se queda en silencio un buen rato.

-Así no funciona -dice luego de un par de minutos-. Hay códigos en esto. Además le estaría quitando valor a las golpizas que he dado todos estos años.

-Es cierto -digo de inmediato, tras escucharlo. Como por un acto reflejo.

Tras esto, sin embargo, me detengo un poco a pensarlo y resulta que realmente era cierta su observación.

Yo mismo -que fui una de sus primeras víctimas-, creo que sentiría un pequeño vacío si no me topase con él al menos una vez a la semana.

Cada vez que lo veo, de hecho, me he dado cuenta que involuntariamente me toco el tabique nasal, que me quedó, por su causa, algo desviado.

-Es extraño -dice él, entonces-. Es extraño, pero lo cierto es que me siento más cerca de aquellos que no he golpeado… Luego que los golpeo es como si rompiese un vínculo. No es que hable más o menos que antes, pero de cierta forma el otro deja de existir… Como si lo que tenía que decirle ya se lo hubiese dicho al golpearlo...

-Pero a mí, por ejemplo -le digo, mientras me llevo una mano a la nariz-, todavía tienes cosas que decirme, y eso que ya me golpeaste una vez.

Él asiente mientras parece hacer cálculos.

-Tienes razón -dice luego de un rato-. Tal vez…

-¿Tal vez qué? -le pregunto, ya que ha dejado la frase a medias.

Él me mira en silencio, con una expresión amable.

-¿Puedo golpearte de nuevo? -dice entonces.

Yo me pongo a la defensiva, aunque no me atrevo a decirle que no, directamente.

-No sé bien si funcione –señala-, pero se siente bien tener un plan…

No me lo explica, por supuesto, pero pienso que tal vez, luego de golpearme, pueda decírmelo.

Mientras ambos nos preparamos, pienso en decirle que me golpee la nariz en la otra dirección, para ver si se empareja.

No alcanzo, por supuesto.

Él ya ha lanzado el primer golpe, agradecido.

miércoles, 15 de enero de 2025

Han visto al Papa saliendo por las noches.

"¿Nadie va a buscar a los tontos 
al lugar donde se esconden?"
O. W.

Dicen que han visto al Papa saliendo por las noches.

Según cuentan, se escapa del Vaticano y suele visitar un bar en Roma, donde a menudo se presentan comediantes a realizar sus rutinas.

Viste siempre un pantalón gris, un polerón azul, con gorro, y a veces un sobretodo café.

En el bar, en una mesa alejada de las luces, acostumbra pedir agua mineral y de vez en cuando, un cóctel sin alcohol.

Indagando sobre aquello descubro que lo que pide es una mezcla de jugos de frutas cítricas con granadina.

Nadie lo reconoció hasta que un día tuvo un ataque de risa tan intenso que algunos comensales lo grabaron y subieron las imágenes a redes sociales.

Una vez ahí, por cierto, algunos comentaron sobre el supuesto parecido que ese hombre tenía con el Papa.

Más adelante, tras identificar un anillo que llevaba en una de sus manos, el asunto se volvió más serio y fue analizado por varios especialistas en distintos canales de televisión.

En algunos, pidieron grabaciones al bar y consiguieron varias.

En tanto desde el Vaticano no confirmaron, pero tampoco desmintieron la noticia.

Por mi parte, en vez de indagar sobre aquello, me interesé más en conocer al comediante que se presentó el día del ataque de risa.

Al final, descubrí que se trataba de un rumano que hablaba con un acento muy particular, y que tenía una rutina en la que se reía de sí mismo mostrándose como una persona paranoica, que creía constantemente que lo perseguían, en base a lo cual solía hacer sus chistes.

Respecto al ataque de risa en particular -si bien no todos estaban de acuerdo-, varios coincidieron en que comenzó luego que el comediante contara que una vez intentó escalar las cataratas del Niágara.

Otros, en cambio, dijeron que ocurrió luego que el rumano hablase de una especie de perseguidor interno, que estaría dentro de aquel a quien persigue, pero por más que se esfuerza no lo alcanza… Como un perro que busca morderse la cola.

De todas formas, todos concordaron en que el comediante era aquel rumano.

De él, por cierto, poco se sabe, aunque estoy seguro que prontamente podré dar con alguna presentación suya.

Cuando esto ocurra, por supuesto, les contaré más detalles.

Hasta entonces, esta historia, llega hasta aquí.

martes, 14 de enero de 2025

La llegada y la partida de X.


Todavía quedan algunos que insisten en que la llegada y la partida de X fueron cosas distintas.

Lo discuten desde la lógica, por supuesto, argumentando principalmente a partir de la dirección que siguieron sus pasos y el momento en que comenzó su andar.

A veces hasta nos muestran fotos e intentan contrastar las de la llegada de X con las de su partida, diciendo que hay grandes diferencias.

-Mira el tamaño de la maleta -te dicen-, la forma de su bigote, la vestimenta que lleva… y hasta la forma que tiene de caminar.

-Son fotos, no grabaciones -interrumpo, bajando un poco mi nivel para argumentar a su altura-. Es imposible contrastar una forma de caminar a partir de imágenes fijas.

Ellos fingen no escuchar y parecen incluso burlarse de todo aquello que no forme parte de sus propias creencias.

Creencias pobres, por cierto, me permito agregar.

Si tuviese fe en ellos (o en la comprensión de ellos, más bien) tal vez me esforzaría en explicarles que el problema se origina en la forma en que entendemos ser una misma cosa, o ser, en cambio, cosas distintas.

Lamentablemente, debo confesar, no les tengo fe en lo absoluto.

Antaño sí, probablemente, pero justo entonces crecieron y ellos mismos se encargaron de destruir todas mis expectativas.

Lo hablamos con X, por cierto, poco antes que este partiera.

-Lo triste es que no comprenderán nunca por qué me voy -anticipó-, porque tampoco comprendieron nunca a qué vine.

Y dio en el clavo.

Yo solo agregaría que ellos tampoco comprendieron quién era X, y ni siquiera intentaron hacerlo.

Tal vez creyeron, concluyo, que no tenían necesidad.

O no sabían tenerla.

lunes, 13 de enero de 2025

Salpicar lo menos posible.


A veces depende de ti, pero no siempre. Piensa por ejemplo es esos nadadores que se zambullen en el agua. O sea, no nadadores, precisamente, sino en esos que practican saltos olímpicos o clavados desde gran altura. Ellos pueden manejar su cuerpo, por supuesto, practicar coordinación, impulso, fuerza… e intentar entonces una zambullida perfecta. Esas que se realizan sin salpicar prácticamente nada. Pues bien, tú puedes practicar cuanto quieras hasta encontrar tu mejor postura y perfeccionar tus movimientos, eso es cierto. Pero en tu caso, al menos, dependes también del agua. Esa agua que no es siempre un agua segura, en tu caso. No siempre un agua estable, digamos. No sé si me explico, pero lo que intento decirte es que comprendo tu intención de salpicar lo menos posible, e incluso la valoro positivamente. Pero lo cierto es que el traje de la vida no siempre te lo hacen a la medida. Y aunque lo hubiesen hecho, eso tampoco asegura que el clima con que te encuentres en el mundo sea acorde al traje que llevas. Por eso es que a veces no depende de ti, hagas lo que hagas. O no exclusivamente de ti, al menos. Eso es lo que te digo.

domingo, 12 de enero de 2025

Rompiste una vez un libro de la Jelinek.

“Y ese guiso cultural nunca acaba de hacerse”.
E. J.

Rompiste una vez un libro de la Jelinek. Luego lo armaste nuevamente y lo leíste. Años después descubres que lo armaste mal. Entonces vuelves a buscar el libro y comienzas a abrirlo al azar. Mientras lo haces recuerdas que al romper el libro este se desarmó completamente. No rasgaste las hojas sino el lomo y luego el libro se desarmó. Tú lo recogiste en ese entonces, aunque no con la intención de armarlo sino de botarlo en otro sitio. No valía la pena dejarlo ahí al interior del auto, en medio de una discusión. Los pormenores de la discusión, por cierto, no vienen al caso. Digamos únicamente que lo rompiste para demostrar que algo -no importa qué-, te superaba. Y te producía dolor, que el otro no percibía. Obviamente -corrígeme si me equivoco-, romper el libro no facilitó en lo absoluto la comprensión. Fue algo así como un grito, al fin y al cabo. Un grito absurdo. O como rasguñar tu propia piel. Ahora, en tanto, descubres algunos sectores que quedaron mal compaginados, en el libro. En la primera sección errada Erika hablaba sobre sistemas de notación. Es difícil sin embargo notar el error, pues en la página que sigue (y que en realidad no seguía) casualmente se vuelve a hablar sobre lo mismo. Las otras uniones erradas, en cambio, son más evidentes. Al menos desde lo sintáctico. Desde el contenido digamos que no tanto pues coinciden, en general, situaciones de enfrentamiento entre la profesora y el discípulo. Ambos desde lados opuestos de un muro que no atraviesan realmente. “La profesora y el alumno se cocinan en su propio amor y en las ansias de más amor”, se lee en el libro. Y es algo que ocurre (de una forma u otra) en muchas de sus páginas. Ya estás terminando de reordenarlas, por cierto, aunque no crees que vayas a leer nuevamente todo aquello. De todas formas, te dices, el orden es siempre necesario. No es algo que hubieses dicho antes (por ejemplo en la época en que rompiste el libro), pero es algo que te dices ahora, sin avergonzarte. Como un ciclón... 

sábado, 11 de enero de 2025

La buena, la mala y la única noticia.


I.
La buena noticia, explicó, era que había más vidas. Después de morir, me refiero. Como una especie de reencarnación, aunque no era exactamente eso. En principio no me quiso decir cuántas, pero como insistí terminó confesando que eran cuatro. Cuatro vidas en total. No había querido decírselo porque usted está viviendo la última, agregó poco después. Esa era la mala noticia.


II.
Mientras seguía escuchándolo pensaba que la información que me estaba entregando el tipo ese no me valía una mierda. De hecho, más que aportar, esa información me perjudicaba. No es que creyera que fuese cierta, pero me molestaba igualmente que, si hubiese sido cierta, mis expectativas de una vida posterior, seguirían siendo nulas.


III.
Parece molesto, me dijo entonces. ¿Acaso no es una buena noticia que el ser humano, entre los que supongo usted se incluye, tengan varias vidas? ¿No cree que es una oportunidad que tenemos para acercarnos a la comprensión…? ¿No cree qué…?


IV.
Lo interrumpí y le pregunté cuántas vidas le quedaban a él. Pareció pensarlo un poco y luego contestó que dos. Pero de todas formas eso no es lo importante, agregó después. Yo le reclamé entonces diciéndole que no tenía autoridad para hablar de comprensión cuando apenas iba en su segunda vida. Incluso si fuese cierta esta mierda que está diciendo, le dije, ¿qué puede saber usted del proceso que yo estoy a punto de completar? Él no respondió. O no de inmediato, al menos. Solo después de un rato luego de despedirse de los otros se acercó hasta mí y se disculpó, según él, por decirme la verdad. Probablemente no debí hacerlo, señaló, pero usted insistió y las verdades o se dicen de inmediato o caducan, como los lácteos. Luego de decir esto, se fue. Y entonces yo pensé que esa era, realmente, la única noticia.

viernes, 10 de enero de 2025

Tampoco encontraste Babilonia.


I. Luego de la primera toma.

Tampoco encontraste Babilonia, me dijo. Eso debieras dejarlo en claro desde un inicio. No es que desacredites con eso lo que dices después, pero al menos te pones en el mismo pie que todos. Además, no nos creas así falsas expectativas. Volvamos a grabar entonces, desde el inicio.

De acuerdo, dije yo.



II. Segunda toma

Soy otro de los que no encontró Babilonia, dije. No tengo nada que agregar en mi defensa salvo que nunca la busqué. El resultado es el mismo, por supuesto, pero me dijeron que lo dejara en claro y eso hago. Aunque ni yo mismo, por cierto, tenga muy claro a qué se refieren. Y es que supongo que Babilonia es aquí metáfora de algo que no identifico. O una broma o algo así. Pero no, reitero, antes de seguir: nunca la encontré.

(…)



III. Luego de la segunda toma.

Tendremos que cortar lo que dijiste sobre Babilonia, dijo ahora. O editarlo más bien. No sé con qué intención lo haces, pero aquí no nos hace falta los que se creen listos. Babilonia es Babilonia, simplemente y no es necesario decir más. Todos intentan desentenderse en un inicio, pero terminamos confluyendo siempre al mismo sitio. Como el punto ese al final del embudo. Y una vez ahí, sin duda, todos entienden. (…) El resto de la grabación, por cierto, quedó bien. No es importante, pero quedó bien. Solo un poco tibio, quizás.

jueves, 9 de enero de 2025

A propósito de héroes.


I.

Nunca expresé realmente la manera en que quería que ocurrieran las cosas.

Y no porque no lo tuviese claro ni mucho menos.

No lo hice porque entendí, simplemente, que la manera en que quería que ocurrieran las cosas era algo profundamente mío.

Tanto así que, aunque quisiese, compartirlo con otros sería a fin de cuentas algo imposible de realizar.

Enunciarlo sí, por supuesto, pero la comprensión final estaría siempre demasiado lejos.

Y no sería, finalmente, el héroe de nadie.



II.

A propósito de héroes, recuerdo a un niño que corría por la calle en que viví cuando pequeño.

Era un chico muy delgado, que andaba siempre con un chaleco salvavidas.

Un chaleco típico, de esos naranjos, que a él le quedaba un poco grande.

Si lo veías correr, podías apreciar que su actitud era la de un héroe, como si hubiese estado corriendo con una capa.

Sin embargo, pensaba yo, su salvavidas indicaba que solo podría salvar a uno, en un eventual naufragio.

Probablemente, a sí mismo.



III.

En síntesis: pasamos al frente voluntariamente, aunque no sepamos para qué.

Y esto, por cierto, no nos transforma en héroes.

La forma en que queremos que ocurran las cosas no es, necesariamente, un anhelo digno.

Y el salvavidas con el que corremos, no ha sido testeado en lo absoluto.

miércoles, 8 de enero de 2025

El tren de las cinco pasó a las cuatro.


El tren de las cinco pasó a las cuatro y ni siquiera se detuvo. Lo reclamé en voz alta, recuerdo, en medio de la estación. Entonces tú, para consolarme, dijiste que probablemente ese no era en realidad el tren que yo esperaba y que faltaba todavía una hora para que el tren adecuado llegase. Luego, cuando dieron las cinco y no llegaba, dijiste que tal vez el tren que yo esperaba estaba atrasado. Que debía esperar al menos hasta las seis, si quería ser justo. Yo lo pensé. Si crees que el tren de las cinco fue el que pasó a las cuatro, dijiste, bien podría en realidad ser el tren de las cinco el que pase a las seis. Yo escuché tus palabras y encontré en ellas la lógica suficiente como para esperar un poco más. Incluso hasta las seis y veinte, recuerdo que esperé. Tú estabas ahí, por cierto, aunque no esperabas conmigo. Tenías un libro de David Markson a un costado, pero no lo leías. Creo que estaba en inglés. Lo que sí hacías era comer frutos secos desde una bolsita transparente. Me ofreciste incluso, pero dije que no. Fue entonces que dieron las seis veinte y me levanté para irme y tú te disculpaste. A lo mejor tenías razón desde un inicio, me dijiste. Tal vez, contesté yo. Ya lejos del lugar me detuve, de golpe, y hasta pensé en regresar para preguntarte quién eras y qué es lo que esperabas. A veces ocurre que no ves al otro, pensaba decirte y disculparme. Me quedé así varios minutos, imaginandoi qué decirte, pero finalmente desistí. Tampoco es que sea este el mejor momento, me dije. Además, comenzaba a oscurecer.

martes, 7 de enero de 2025

Apuntes para una canción de infancia (traducción)


I.

Esa vez me preguntaste qué pasaba si plantabas las semillas y no crecían.

No entendí en principio tu pregunta, pero luego comprendí que querías saber si las semillas se podían recuperar.

Si seguían buenas, dijiste, para plantarlas tal vez en otro sitio.

Yo, claro está, no sabía la respuesta, pero improvisé alguna.

No recuerdo si fue un sí o un no.

De todas formas, nunca quise hacerte daño.


II.

A veces pienso que la culpa la tiene el gitano que vendía espejos de colores.

No sé si recuerdas, pero creo que todo comenzó y terminó ahí.

Cerca del banco de la plaza donde el gitano alineaba sus espejos y los ofrecía a quién pasara.

Tenían colores desgastados y uno se veía como más atrás en ellos.

Como mirando desde el fondo.



III.

Éramos pequeños en ese entonces.

Poco más que unos niños, apenas.

Fue en aquel tiempo en que aprendimos a pintarnos costras falsas sobre la piel.

Para llamar la atención, supongo, y para demostrar que teníamos heridas.

Tú exageraste, eso sí, y te pintaste una muy grande, en el rostro.

Olvidé tu rostro, de hecho, por culpa de aquello.



IV.

Semillas, espejos, heridas falsas y rostros…

¿Qué habremos estado buscando, realmente?

¿Qué es lo que dejamos pasar y no vimos?

¿Quién, de este lado del mundo, fue verdaderamente el culpable?

lunes, 6 de enero de 2025

De pura casualidad.


Volví a verla hace unos días.

De pura casualidad.

Fue el viernes, en el aeropuerto, a un costado del Duty Free.

Ambos estábamos solos, me pareció.

Según nuestras bolsas, ambos dos habíamos comprado algo pequeño.

Tras los saludos de rigor intercambiamos informaciones.

Todas muy extrañas y un poco al azar.

Ella, por ejemplo, me contó que había hecho un curso para aprender a tocar la armónica.

También me contó de un viaje que hizo, a un lugar que ya olvidé.

Yo también, por cierto, le entregué algunos datos, ninguno muy importante.

Mayormente de trabajo o de gente que había visto o que ya no.

Por un momento la conversación pudo hacerme más profunda, pero la esquivamos a tiempo.

Nada de afectos ni emociones, acordamos en silencio: solo información.

Tampoco quedamos de hablarnos nuevamente ni de juntarnos ni nada por el estilo.

En este sentido, al menos, la conversación fue honesta.

Superficialmente honesta, es cierto, pero honesta al fin y al cabo.

Tanto que ella se atrevió a sacar una armónica desde un bolsillo y me preguntó si quería escuchar.

Yo no contesté, pero ella se la acercó igualmente a su boca.

Luego, sin embargo, pareció arrepentirse, y la guardó.

Debimos reírnos, pienso ahora, pero finalmente no lo hicimos.

En cambio, elegimos despedirnos, simplemente.

Ninguno de los dos dijo el nombre del otro, mientras hablábamos.

domingo, 5 de enero de 2025

Tres hombres cargan madera.


I.

Tres hombres cargan madera.

Yo los observo a lo lejos mientras decido anotar lo que observo.

Y claro, es entonces cuando verdaderamente escribo “Tres hombres cargan madera”.

Y luego lo vuelvo a escribir, para explicar.


II.

No siempre lo sabes, pero lees lo que observas, cuando observas.

Todo se transforma en signo, cuando te detienes a mirar.

Y es entonces cuando te acercas un poco a entender lo que ocurre.

Solo un poco, por cierto. No cantes victoria.

Comprender es otra cosa.


III.

Una vez, si te acuerdas, percibiste aquello de una forma más sensata.

Ocurrió justamente en esta zona, de forma accidental.

No fue cuando viste las lamentaciones de Ur expuestas en el Louvre.

Eso fue, a fin de cuentas, otro invento.

Lo que ocurrió, de hecho, fue dicho así, de forma breve:

El hambre hace milagros.


IV.

Cargan madera esos tres hombres, observaste.

Pero no aprovechaste ese momento para acercarte a la verdad.

Es solo una impresión, por supuesto, pero la anoté igualmente como si fuese un hecho.

Puede que me complique, admití, pero al menos insisto.

Tú, entonces, te mostraste molesta y guardaste silencio.

Y yo, para evitar conflictos, consideré que era mejor tachar lo escrito.

Auqnue luego lo escribí peor.

sábado, 4 de enero de 2025

Una ballena expuesta en una plaza.


I.

Esa noche fuimos a ver una ballena expuesta en una plaza.

Pensamos que sería un poco como en la película esa de Béla Tarr.

Algo un poco oscuro, me refiero, o al menos en escala de grises…

Pensamos eso, es cierto, pero al final todo resultó ser luz y plástico y colorido estridente.

Y es que la ballena -que había sido real en algún momento-, había pasado por una serie de procesos que la transformaron en algo que no difería de un modelo hecho en plástico de colores.

Podías ver incluso sus órganos internos, todos coloreados y alumbrados de tal forma que no recordaban en lo absoluto, a lo que podía haber sido una ballena de verdad.

-Ni siquiera hay olor a pescado -comentamos, mientras hacíamos el recorrido.

La exposición, sin embargo, parecía maravillar a todos los demás.



II.

Esa misma noche, luego de la exposición, vimos cómo acuchillaban a un hombre.

Ocurrió mientras caminábamos a casa, al lado de unos autos estacionados en las afueras de un restaurante.

Dos hombres discutían cuando un tercero se acercó por detrás a uno de ellos y le enterró un cuchillo en la parte baja de la espalda, en reiteradas ocasiones.

Extrañamente, el hombre acuchillado no gritó, sino que cayó en silencio, retorciéndose en el suelo, mientras los otros huían del lugar.

Luego de esto salieron unos trabajadores del restaurante, se acercaron al hombre herido y llamaron una ambulancia.

Nosotros nos quedamos hasta que llegó la ambulancia y luego debimos irnos, pues llegó la policía y exigió que nos fuéramos del lugar.

Ya en casa abrimos un vino y lo bebimos antes de acostarnos, mientras veíamos una película en blanco y negro.

Era rumana, según recuerdo, y trataba de una familia de agricultores.

No era mala, pero nos dormimos antes del final.

viernes, 3 de enero de 2025

Hasta que se descompuso.


Miré detenidamente el reloj hasta que este se descompuso.

Sabía que aquello iba a ocurrir, tarde o temprano.

Me puse frente a él, simplemente, e intenté mirarlo a los ojos.

No di con ellos, por cierto, pero imaginé al menos que veía el mecanismo.

Fue como repetir una palabra una y otra vez hasta que pierde su significado.

Costó en principio, pero poco a poco el reloj comenzó a fallar.

Un segundo tardaba más que otro, por ejemplo, y parecía cuestionarse para qué.

Tropezó entonces un par de veces y de pronto, sin más, se detuvo.

No sé bien por qué, pero no tuve dudas que se trataba de algo definitivo.

Entonces, frente a él, dije orgulloso: el reloj se ha rendido.

Nadie escuchó, pero me pareció igualmente un triunfo válido.

Dejo el reloj ahí y salgo ahora fuera de casa.

Hace calor, pero de vez en cuando corre un viento que refresca un poco.

La luz del sol me parece un poco más blanca.

Si lo mirara fijamente, me digo, es probable que también el sol termine por descomponerse.

Observó mis pies, mientras doy unos pasos y luego a un costado.

Mi sombra, en el piso, no se parece tanto a mí como quisiera.

jueves, 2 de enero de 2025

El origen del fuego.


"Cuéntalo abrupto, mal, pero cuéntalo.
Y viste de torpeza a la contradicción."
O. W.


I.
Elaboraron el informe hace algunos días. Luego de investigaciones, análisis y varios peritajes, tuvieron que redactarlo. El objetivo era determinar, de forma segura y fehaciente, cuál había sido el origen del fuego. Bajo ese concepto -me explicaron-, debía entenderse el procedimiento, los “materiales” y hasta los posibles motivos, que habrían originado todo aquello. Y claro, como debían establecer varias secuencias en el orden de los hechos, y supuestamente yo me manejaba (más que ellos) en redacción, me pidieron ayudarlos con el informe. Cosa que, finalmente, no hice.


II.
Aclaro que no ayudé finalmente en el informe porque rechazaron ellos mismos, mis ayudas. Es decir, sí ayudé, pero mi ayuda no terminó siendo de su agrado. Dijeron que la narración que realicé no se entendía ni mierda y que al leerla parecía incluso que el fuego existía desde antes. Gracias igual, me dijeron, pero es absurda. Y yo asentí.


III.
El informe que ellos hicieron fue presentado ayer como prueba en un juicio. Según entiendo, en él se planteaba que el origen del fuego había sido intencional. Las acusadas de iniciarlo eran dos chicas que, a pesar de las pruebas, negaron los cargos y dijeron desconocer el origen del fuego. De hecho, su declaración coincide con parte del relato que yo había escrito, para explicar la situación. El fuego existía desde antes, dijeron ellas, a través de su abogada. Pero no les creyeron. Todos mienten, dijo el juez, menos el fuego. Si me preguntan, yo creo que tenía razón.

miércoles, 1 de enero de 2025

Al fondo de la casa.


Al fondo de la casa.

Alguien que olvidaste.

Apenas respira.



Sabe tu nombre.

Intuye quién eres.

Tiene miedo a equivocarse.



No sabe, sin embargo, si es raíz o rama.

No sabe tampoco cuando hablarte.

Y se avergüenza un poco al no saber.



Apenas llega el sol a esa parte de la casa.

Unos minutos al día y eso basta.

Se ha acostumbrado a estar a oscuras.



Tiembla a veces y lo oculta.

Ya ni sabe si es de frío o algo más.

De vez en cuando recuerda su infancia.



Al fondo de la casa, la recuerda.

Y a veces se confunde.

Una vez lo oíste decir el nombre de su madre.



Yo sé donde estoy, dijo una vez.

Y tú también sabías, sin decirlo.

En la parte del barco que ya ha sido anegada por el agua.



Su respiración más honda es cada vez más breve.

Todo en él es ahora superficie.

No puede ocultarse abajo de sí mismo.



Mientras olvidas, lo observas a lo lejos.

Ahí, al fondo de la casa.

Y temes ir hacia él para no encontrarte ante ti mismo.



Alguien. Algo. Un corazón que apenas late.

Ojos que aún te observan siendo niño.

Cuando diga tu nombre, será para marcharse.

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