Miré detenidamente el reloj hasta que este se descompuso.
Sabía que aquello iba a ocurrir, tarde o temprano.
Me puse frente a él, simplemente, e intenté mirarlo a los ojos.
No di con ellos, por cierto, pero imaginé al menos que veía el mecanismo.
Fue como repetir una palabra una y otra vez hasta que pierde su significado.
Costó en principio, pero poco a poco el reloj comenzó a fallar.
Un segundo tardaba más que otro, por ejemplo, y parecía cuestionarse para qué.
Tropezó entonces un par de veces y de pronto, sin más, se detuvo.
No sé bien por qué, pero no tuve dudas que se trataba de algo definitivo.
Entonces, frente a él, dije orgulloso: el reloj se ha rendido.
Nadie escuchó, pero me pareció igualmente un triunfo válido.
Dejo el reloj ahí y salgo ahora fuera de casa.
Hace calor, pero de vez en cuando corre un viento que refresca un poco.
La luz del sol me parece un poco más blanca.
Si lo mirara fijamente, me digo, es probable que también el sol termine por descomponerse.
Observó mis pies, mientras doy unos pasos y luego a un costado.
Mi sombra, en el piso, no se parece tanto a mí como quisiera.
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