Miro el ventilador durante la tarde.
Lo miro cuando está encendido, me refiero.
Me pongo frente a él y es como si ambos nos mirásemos, uno al otro.
No sé qué verá él, ciertamente, pero yo al menos lo observo girar.
Es decir, no lo observo a él, completamente, sino más bien a sus astas, que giran a gran velocidad.
Mientras lo hago, imagino que, de tanto girar para un lado, el ventilador, en algún momento, deberá girar para el otro.
Para nivelar el movimiento, me refiero.
Sí, eso sería justo, pienso ahí, frente a él.
O si no justo, al menos sería lógico.
Volver al equilibrio, me refiero.
Ya sea por alguna razón de tipo física o por algo similar al karma, simplemente.
Hago una pausa entonces, mientras sigo observando.
No percibo alteraciones en su forma de girar.
Tanto así que es como si no girara, determino.
Igual que los planetas, pienso entonces, o más bien como el universo entero.
Tal vez exista alguna teoría (o ley) que plantee algo similar.
A que giramos en una dirección, quiero decir, pero que tarde o temprano la fuerza ejercida hacia ese lado nos llevará a girar en una dirección contraria.
Una y otra vez, digamos, hasta que el desgaste (y la fuerza perdida en cada cambio de dirección) nos acerque a la quietud absoluta.
Sí, eso es lo que pienso hasta que, de pronto, percibo que ha comenzado a oscurecer y decido apagar el ventilador.
Y dejar de observarlo, por cierto.
Le doy la espalda entonces y comienzo a hacer mis cosas.
Si él me observa ahora, me digo, no sé qué pensará.
Tras unos minutos, decido taparlo con una manta, para evitar conclusiones.
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