lunes, 6 de enero de 2025

De pura casualidad.


Volví a verla hace unos días.

De pura casualidad.

Fue el viernes, en el aeropuerto, a un costado del Duty Free.

Ambos estábamos solos, me pareció.

Según nuestras bolsas, ambos dos habíamos comprado algo pequeño.

Tras los saludos de rigor intercambiamos informaciones.

Todas muy extrañas y un poco al azar.

Ella, por ejemplo, me contó que había hecho un curso para aprender a tocar la armónica.

También me contó de un viaje que hizo, a un lugar que ya olvidé.

Yo también, por cierto, le entregué algunos datos, ninguno muy importante.

Mayormente de trabajo o de gente que había visto o que ya no.

Por un momento la conversación pudo hacerme más profunda, pero la esquivamos a tiempo.

Nada de afectos ni emociones, acordamos en silencio: solo información.

Tampoco quedamos de hablarnos nuevamente ni de juntarnos ni nada por el estilo.

En este sentido, al menos, la conversación fue honesta.

Superficialmente honesta, es cierto, pero honesta al fin y al cabo.

Tanto que ella se atrevió a sacar una armónica desde un bolsillo y me preguntó si quería escuchar.

Yo no contesté, pero ella se la acercó igualmente a su boca.

Luego, sin embargo, pareció arrepentirse, y la guardó.

Debimos reírnos, pienso ahora, pero finalmente no lo hicimos.

En cambio, elegimos despedirnos, simplemente.

Ninguno de los dos dijo el nombre del otro, mientras hablábamos.

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