Todavía quedan algunos que insisten en que la llegada y la partida de X fueron cosas distintas.
Lo discuten desde la lógica, por supuesto, argumentando principalmente a partir de la dirección que siguieron sus pasos y el momento en que comenzó su andar.
A veces hasta nos muestran fotos e intentan contrastar las de la llegada de X con las de su partida, diciendo que hay grandes diferencias.
-Mira el tamaño de la maleta -te dicen-, la forma de su bigote, la vestimenta que lleva… y hasta la forma que tiene de caminar.
-Son fotos, no grabaciones -interrumpo, bajando un poco mi nivel para argumentar a su altura-. Es imposible contrastar una forma de caminar a partir de imágenes fijas.
Ellos fingen no escuchar y parecen incluso burlarse de todo aquello que no forme parte de sus propias creencias.
Creencias pobres, por cierto, me permito agregar.
Si tuviese fe en ellos (o en la comprensión de ellos, más bien) tal vez me esforzaría en explicarles que el problema se origina en la forma en que entendemos ser una misma cosa, o ser, en cambio, cosas distintas.
Lamentablemente, debo confesar, no les tengo fe en lo absoluto.
Antaño sí, probablemente, pero justo entonces crecieron y ellos mismos se encargaron de destruir todas mis expectativas.
Lo hablamos con X, por cierto, poco antes que este partiera.
-Lo triste es que no comprenderán nunca por qué me voy -anticipó-, porque tampoco comprendieron nunca a qué vine.
Y dio en el clavo.
Yo solo agregaría que ellos tampoco comprendieron quién era X, y ni siquiera intentaron hacerlo.
Tal vez creyeron, concluyo, que no tenían necesidad.
O no sabían tenerla.
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