miércoles, 29 de enero de 2025

No hace ruido el fuego.


No hace ruido el fuego.

Pero las cosas gritan cuando el fuego las toca.

Yo no sé para qué gritan.

Las oigo igual (y les respeto el grito), pero en realidad no sé.

Una vez alguien me dijo que, gracias al fuego, conocíamos la voz de las cosas.

En principio me pareció una observación sensata, pero luego lo pensé mejor, y lo enfrenté.

La voz de las cosas no es su grito, le dije, no son lo mismo.

Se lo dije molesto, porque me enoja cuando quieren engañarme con juegos de palabras.

Y también porque, en este caso, el grito es justamente la manera de ocultar la voz.

La voz que, en el caso de las cosas, ni siquiera existe de la forma habitual.

Me lo pensé un poco.

Lleno de molestia (pero buscando claridad), lo pensé.

La voz de las cosas son las cosas mismas, dije entonces.

Y el grito es quien anuncia (más o menos) el final de esa voz.

Hice una pausa.

El otro no respondió ni rebatió nada, pero al menos parecía escuchar.

Por eso es que no sé para qué gritan, dije ahora.

No sé para qué gritan cuando el fuego las toca, aclaré.

Nuevo silencio.

Esta vez: absoluto.

No hace ruido el fuego, pensé entonces.

Y todavía lo pienso.

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