sábado, 13 de junio de 2020

Una luna de Saturno.


I.

Volví.

Me había ido un rato pues no pensaba en nada.

Ahora estoy pensando en una luna de Saturno.

Alguna vez me aprendí sus nombres, no sé para qué.

Extrañamente, tras haberlos olvidado, siento que puedo acercarme a ellas de mejor forma.

Por eso volví, de hecho.

Para decirles que pensar en una luna de Saturno es también acercarme a ella.

Y que no necesito ya su nombre para poder hacerlo.

No sé si les sirva, pero yo al menos lo siento como una revelación.

Una que puedo compartir en una frase, o al menos intentarlo.

Ahora estoy pensando en una luna de Saturno, les decía.

Y no sé cómo.


II.

La luna en que pienso es pequeña e irregular.

Y no está hecha para posarse en una superficie.

Me refiero a que no sabrías cómo apoyarla o en qué dirección debiesen ir sus polos.

Apenas tiene cráteres y parece helada.

Está cerca de otra luna, mucho más grande, en la que no pienso.

Qué lástima tener que decir “pienso” porque no tengo otra palabra -u otra forma-, más exacta.

Una vez vi Saturno a través de un telescopio, pero parecía un engaño.

Todo, en ese tiempo, parecía un engaño.


III.

Volví.

Me había puesto a pensar en otras cosas.

Ahora, de hecho, me cuesta retomar lo de la luna de Saturno.

Pienso más bien en un cenicero y en una piedra pequeñita.

Tal vez la luna esté dentro de esa piedra, sin embargo.

Lo de las dimensiones de las cosas nunca me lo he creído totalmente.

La percepción se basa en la distancia.

Y el punto de partida ni siquiera es uno, sino el centro de uno mismo.

Y qué lástima, por cierto, tener que decir “centro”, cuando uno quiere hablar de profundidad, de origen y de otros conceptos desligados de la idea de equilibrio.

¡Qué extraño...!

Acabo de recordar el nombre que le dieron, a esa luna de Saturno.

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