lunes, 29 de junio de 2020

Una llamada.


Me llamó para pedirme que fuera de inmediato.

Antes, solo una vez me había llamado, y había sido para decirme que no fuera más.

Ahora me pedía, con voz temblorosa, que lo ayudase un poco.

Quieren hacerme exámenes, decía.

Quieren saber si tengo o no tengo la enfermedad.  

Le mentí y le dije que iría, pero sabía que era imposible.

En cambio, llamé para preguntar qué era lo que estaba sucediendo.

Me explicaron lo que debían explicar y luego me pidieron que ayudara a convencerlo.

Que lo intentara pues era el único que se negaba y que probablemente se lo iban a llevar.

Lo llamé luego de un rato para ver qué ocurría.

Le expliqué que no podía ir, que todo estaba extraño, que era mejor hacer lo que le indicaban.

Él se molestó, pero no lo suficiente para cortar.

Tal vez adivinó que era la última vez que hablaría con alguien que lo conocía desde antes.

Estaba nervioso. Su voz apenas se entendía.

Decía que no lo podían obligar.

Que prefería no saber.

Que todo siempre acaba mal.

Yo lo escuchaba sin saber qué responder.

Me disculpaba, simplemente, pero no sabía bien por qué.

Entonces escuché que comenzó a discutir con otros, que estaban con él, en aquel lugar.

También oí otras voces y el ruido de cosas que caían al piso.

La llamada se cortó.

Nadie contestó cuando volví a marcar.

Más tarde, cuando ya se lo habían llevado, consulté por sus pertenencias.

No tiene pertenencias, me dijeron.

¿Cómo dice…?, pregunté.

Que no tenía nada, contestaron.

Él era él no más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales