martes, 2 de junio de 2020

Mala suerte.


Fue cuestión de mala suerte. O al menos ella lo resumió así. Había decidido ir a donar sangre sin pensarlo, solo porque en el trabajo lo solicitaron y al mismo tiempo dieron permiso. Operaban al hermano del jefe y él les dijo, apenas comenzado el día, que necesitaba donantes. Ella pensó que irían varios, pero al final solo fue ella. El jefe se lo agradeció y le preguntó si llamaba un taxi, a lo que ella accedió. No le advirtió, eso sí, que el taxi debía pagarlo de su bolsillo, y que la clínica en la que se encontraba su hermano estaba prácticamente en el otro extremo de la ciudad. Por lo mismo debió pedirle al taxista que la acompañara hasta un cajero y retirar algo de dinero, pues no le alcanzó el efectivo.

Encontrar el lugar donde debía realizar la donación resultó también complejo. De hecho, resultó ser en un edificio anexo que estaba en el subterráneo de un edificio pequeño, a dos o tres cuadras de distancia del edificio principal. Alcanzó de todas formas a llegar a tiempo y se registró sin problemas. Dio los datos del hermano del jefe y esperó una media hora más. No había desayunado, pero mintió para no demorar más la situación. Entonces se recostó en la camilla y comenzó la extracción. Era la segunda vez que donaba sangre, pero era la primera vez que se fijaba en la bolsa que se iba llenando, a un costado. Medio litro, le dijeron, aunque a ella le pareció un poco más. Luego de esto la enfermera retiró todo y la ayudó a sentarse en la camilla. Poco después al parecer, se había desvanecido.

Se despertó en otra camilla. Nada grave, le dijeron, en el peor de los casos le pondremos algo de suero. Ella no entendía bien, pero intentó explicar que había ido ahí a donar sangre. Se lo dijo a otro tipo que ingresó y que al parecer confundió todo y comenzó a extraer sangre nuevamente. O al menos eso le pareció a ella. Cuando terminaron intentó explicar que ya había donado, pero lo cierto es ni ella misma podía escucharse. Calculó que sería un litro. Uno de seis, no es tanto, se dijo. Luego realmente estuvo con suero. Le dieron también de comer, aunque la comida era mala. Horas después, ya recompuesta, firmó unos papeles indicando su Isapre, para tramitar los costos de la atención.

Habló con su jefe durante la tarde. Intentó explicar por qué no regresó al trabajo y afortunadamente no tuvo mayores problemas. El jefe volvió a agradecerle y aprovechó de darle unas indicaciones para el trabajo del otro día. De vuelta a casa pasó por una tienda y compró algo de comer. Algo congelado, que encontró en oferta. Ya en casa se tendió en la cama y repasó su día. Era algo que intentaba hacer, habitualmente. Como siempre, sintió que tenía un poco menos de sangre, aunque esta vez, literalmente, era cierto. Ella volvería a producirla en todo caso, y hasta podría volver a donar, si era necesario. Se concentró tanto pensando en esto que incluso creyó sentir la sangre circulando tibia, dentro suyo. Se la imaginó lenta y algo espesa, circulando. Eso le dio asco. Se levantó. Puso la comida al horno y fue a ducharse. Se sentía mejor, bajo el chorro de agua. Todo lo malo es cuestión de mala suerte, se dijo, mientras estaba ahí, bajo el agua. No soy yo. Es cuestión de mala suerte.

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