miércoles, 3 de junio de 2020

Algo en una mano.


Se acercó de pronto y me dijo que no mirara. Que abriera una mano y la cerrara en cuanto me dejara algo en ella. Eso hice. La abrí y esperé hasta que ella dejó algo que yo atrapé de inmediato.

-Sostenlo, pero no lo aprietes tanto -me dijo.

Yo hice caso.

Intenté entonces adivinar qué era, tanteando un poco, pero ella me advirtió que no moviera la mano.

-¿No sabes qué es? -me preguntó.

-No -contesté-. No sé.

-Pero, ¿qué crees que es? -insistió ella-. ¿Qué piensas que está dentro de tu mano?

Yo estaba nervioso. No sabía qué contestar. Nervioso por ella, digamos. Porque estaba cerca y sentía su aroma. Ni siquiera pensaba en lo que tenía en mi mano.

-¿No sientes qué es? -volvió a preguntar.

Yo quería decir algo, pero no sabía qué. Me sentía profundamente torpe.

-No vas a tener nada si no dices nada… -me dijo.

-Es que no entiendo… -atiné a decir.

Ella se rio entonces, y dijo que no importaba.

Que solo se trataba de un experimento.

-¿Entonces te devuelvo lo que me pasaste? -le pregunté, extendiendo la mano, todavía empuñada.

-No importa -me contestó, mientras se alejaba.

Me quedé entonces ahí, avergonzado, con una de mis manos extendida y apretando algo que era incapaz de reconocer.

Es la soledad de Carson McCullers, dije, luego de un rato.

Lo pronuncié en voz alta, como si se lo estuviera diciendo a alguien.

Recién entonces abrí la mano y mostré lo que había.

Lo mostré tranquilamente, por cierto, pero no sé a quién.

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