jueves, 18 de junio de 2020

Al horno.


I.

Puse la comida al horno.

Veinte minutos, aproximadamente.

Tobo iba bien hasta ese entonces.

Solo hubo un error,
o un descuido, más bien,
en el procedimiento.

Puedo resumirlo así:

Olvidé encender el horno.


II.

Mientras entendía lo ocurrido,
devolví la comida al horno
y aproveché de regar las plantas.

Las del interior de la casa,
me refiero.

Como les llega menos luz en estos meses
están un tanto opacas.

Una de ellas, incluso,
llegó a perder unas hojas.

Al recogerlas
miré de reojo el horno
y fue entonces que comprendí
que estaba apagado.

Y con la comida dentro.


III.

Volví a encenderlo,
aunque ya era tarde.

Tarde porque empecé a comer otras cosas,
mientras esperaba.

De vez en cuando miraba dentro
no se bien para qué.

Tal vez para asegurarme de que todo funcionara.

Eso hice hasta que el horno se detuvo.

Luego, no supe bien qué hacer.


IV.

Como no se me ocurría nada
saqué la comida del horno.

Se había terminado de cocinar bien.

Me sentí ridículo observando la comida así,
sin hambre.

De todas formas,
le aguanté la mirada un poco más
y luego me rendí.

No es tan malo, rendirse.


V.

Cuando yo me rindo, por ejemplo,
me siento en un taburete.

Uno negro, que está junto a un piano eléctrico.

La mayoría de las veces la sensación se transforma
y me lleva a hacer sonar, unos minutos,
aquel piano.

Unas pocas teclas, casi siempre.

Siempre imagino que viene alguien
cuando lo hago sonar.

Alguien que se ubica en un ángulo
que no alcanzo a ver
y me observa, mientras toco esas teclas.

Máximo veinte minutos, me observa.

Un poquito como ocurre con el horno.

No sé si se rinde, pero espero que sí.

Amar de cierta forma es rendirse, ante el otro.

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