martes, 16 de junio de 2020

Frente a mí.


Frente a mí hay dos manos empuñadas.

Una tiene algo dentro.

Entonces me piden elegir.

Yo me río porque no sé.

Porque no sé elegir, me refiero.

Entonces toco una y esa mano se abre.

Descubro entonces que la mano está vacía.

No hay sorpresa.

Alguien me toca la espalda y volteo.

Nuevamente hay dos manos empuñadas.

Se repite el proceso.

Elijo una y no revela nada.

Ahora hay dos manos a un costado, empuñadas.

Todo ocurre muy rápido.

Ya no río, al elegir.

Vuelvo a ver abrirse una mano, vacía.

Ya ni sé cuántas veces ocurre.

Parece una burla, incluso.

Me inquieto.

Estoy rodeado de manos empuñadas y de manos vacías.

No puedo moverme, entre ellas.

No me tocan, pero no hay espacio.

Cierro los ojos, entonces.

Ordeno mi respiración.

Olvido lo que me rodea.

Solo soy yo, repito.

Me tranquilizo.

Dejan algo sobre mí, entonces.

Algo liviano, en todo caso.

Algo sobre mí como si fuese una percha.

Ocurre nuevamente.

Ahora soy algo en la oscuridad de lo que cuelgan cosas.

Cosas ajenas.

Cosas que nadie quiere llevar puestas.

Máscaras innecesarias, por ejemplo.

Y es que todo ha quedado sobre mí, ahora que he cerrado los ojos.

Son como las manos, tal vez, que se revelan vacías.

Dos manifestaciones de lo mismo.

Dos extremos de un mismo sueño.

Si abro los ojos dejaré de ser percha y las cosas caerán de golpe.

El mundo entero se vestirá rápido para no mostrarse ante mí.

Siempre es igual.

Esas son las reglas.

Abriré los ojos y la verdad volverá a estar oculta bajo las cosas.

Dentro del puño del mundo estará la verdad.

El puño que no elegiste.

Eso es lo que ocurrirá.

No será triste ni terrible.

Será común.

Esas son las reglas.

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