jueves, 25 de junio de 2020

La bocina.


I.

El auto que se estrelló contra el poste quedó con la bocina sonando. Lo más fuerte fue el sonido del impacto, por supuesto, pero ya antes nos despertó el chillido que produce el frenar tardíamente, pudiendo de esta forma reconstruir, más o menos, lo que había sucedido. Recién entonces, luego de calcular mentalmente la distancia y la gravedad de los hechos, nos percatamos del sonido de la bocina, que seguía constante, y que comenzó a inquietarnos, poco a poco, esa madrugada.


II.

Supongo que el sueño, el impacto y el sonido constante de la bocina distorsionaron el tiempo. Un ruido como una luz que obliga a despertar anunciando el inicio de un día oscuro, previo al amanecer para el que todavía faltaban un par de horas. La bocina esa que no dejaba seguir durmiendo y de la que todos hablaban, más incluso que del choque, y que se convertía poco a poco en la verdadera tragedia. Un cuchillo que no solo había cortado la noche, sino que seguía hundiéndose en el cansancio de todos, injustamente, antes del amanecer.


III.

Luego las sirenas de policías y bomberos. Vecinos que se rindieron a la evidencia y que comenzaron a asomarse a las ventanas. Supongo que alguno hasta abrió una puerta y se aventuró a mirar directamente, acercándose unos pasos. Mientras esto ocurría, por supuesto, la bocina seguía sonando. Entonces escuchamos sierras. Los aullidos de los perros. Y hasta una ambulancia que al parecer no tenía ya urgencia alguna. Así terminó la noche. O así comenzó el día, más bien. Entre ruidos extraños.
Cuando dejó de sonar la bocina yo ya estaba tomando un café y el sol se asomaba, indiferente, tras las montañas.

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