domingo, 12 de abril de 2020

Un astronauta que nunca fue al espacio.


Veo una entrevista a un astronauta que nunca fue al espacio. En ella el hombre, ya mayor, habla de sus cuarenta años trabajando en la agencia y de la forma en que apoyó el trabajo a pesar de no ser nunca seleccionado, finalmente, para integrar alguna misión espacial. A varios nos ocurrió de esta forma, dice en la entrevista, mientras enseña fotografías de juventud con astronautas “de primer orden”, con quienes compartió por muchos años. Todavía hablo con algunos, de vez en cuando, relata. La mayoría de ellos cambió luego de regresar del espacio. Su forma de ser, de mirarnos a los otros. Yo en cambio siento que no cambié y es raro. Tal vez sea bueno, incluso, de cierta forma. La entrevistadora entonces comienza a hacer preguntas sobre su vida familiar. El hombre estuvo casado siete años con una ingeniera de la agencia. Tuvieron una hija, que ahora es enfermera y a quien ve un par de veces al año. No tiene nietos y al parecer ya no tendrá, pues comenta que su hija tomó esa decisión en los últimos años. De todas formas, está bien así, señala. Calculo que me quedan unos quince años de vida y haber tenido un sueño así de grande por tanto tiempo, aunque no se haya cumplido, ha liberado un espacio que es tierra fértil para crezcan otras cosas. ¿Qué cosas?, pregunta entonces la entrevistadora. Pero el hombre sonríe y no contesta.

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