sábado, 4 de abril de 2020

Señaló el mal, pero no indicó el remedio.


-Víctor Hugo señaló el mal, pero no indicó el remedio… -me dijo, mientras me acercaba el azúcar.

-Gracias -dije yo, dejándola a un lado.

-¿No tomas con azúcar?

-No... Tampoco endulzante -contesté, adelantándome-. Me gusta así.

-Igual ya es más de lo que la mayoría hace… -dijo entonces.

Yo estaba revolviendo el café con la cuchara, tratando de entender de qué hablaba, pero como no agregaba nada debí decir algo.

-¿Habla de Víctor Hugo, cierto…?

-Claro… de Víctor Hugo -agregó-. Siempre hablo de Víctor Hugo cuando comienzo a hablar con alguien…

-Ya -dije yo, mientras sorbía el café.

-¿Le gusta…? -preguntó.

-Sí -dije yo-. Es amargo, pero me gusta así…

-¿Quiere decir que le gusta porque es amargo?

-Sí… -dije yo-. Tal vez lo expliqué mal… pero sí.

-No… está bien decirlo así… -se disculpó-. En realidad no quería corregirlo, es solo que me sorprendí un poco…

-Está bien, no se preocupe… -dije yo.

Dejó pasar unos segundos.

-Noventa y tres, ¿la leyó? -pregunto entonces.

-¿Noventa y tres…?

-Sí… Noventa y tres, de Víctor Hugo… -se explicó-. Es lo más amargo que él escribió, me parece… terrible y amargo…

-¿Es la de la revolución…? -pregunté.

-No la definiría así -me dijo-, pero es esa…

-Es que la leí hace mucho… -me disculpé-. Debo reconocer que no la recuerdo muy bien… Creo que la leí para complementar un trabajo de universidad relacionado con el concepto de poder, o algo así…

-Debe ser esa… -siguió-. Pero si no recuerda no importa… incluso si finge que no recuerda…

-No finjo… de verdad que no recuerdo y…

-No importa -me interrumpió, cortante-. Se excuse o no, no tendré como saberlo… dejémoslo así.

-¿Qué lo deje así…? ¿No le importa si le digo la verdad o miento?

-La verdad y la mentira… el bien y el mal, incluso… no tienen diferencia cuando no puede encontrarse el remedio…

-Pero entonces el mal que señaló Víctor Hugo, según usted…

-Entonces nada -dijo él, levantándose del lugar-. Si quiere puede tomarse otro café e irse después… ya hablamos lo suficiente.

Iba a agregar algo más, pero vi cómo se iba rápidamente del lugar y me quedé solo, frente a la mesa.

Terminé mi café y luego me preparé otro, más amargo incluso, para el camino.

Segundos después, escribí un número trece en una servilleta que dejé sobre la mesa… y me fui tranquilo, en definitiva, de aquel lugar.

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