jueves, 2 de abril de 2020

Piojos.


Tuve piojos varias veces. La última vez casi me volví loco pensando en ellos. Hasta antes de aquello los pensaba solo como una suciedad, como tener tierra en la cabeza. Tierra pegada, tal vez, pero tierra al fin y al cabo. Pero esa última vez presté atención a lo que decían y escuché hablar de reproducción y que incluso ponían huevos allá arriba. Se lo comenté preocupado a un amigo y él se puso a bromear diciendo que mientras hablábamos, los piojos estaban culeando en mi cabeza. No pude sacarme esa imagen de la cabeza -una idea como un nuevo tipo de piojo, digamos-, y comencé a darle vueltas al asunto. Demasiadas vueltas, tal vez. Así estuve varios días hasta que de pronto todo pareció a hacer clic y creí entender el sentido que tenía todo aquello: los piojos querían estar en mi cabeza y se esforzaban por seguir estándolo. Me refiero a que por eso se reproducían y ponían huevos una y otra vez, mientras intentábamos quitarlos. Culeaban porque era su forma de permanecer, digamos, y seguirían haciéndolo porque estar ahí era la única forma que tenían de lograrlo. Y claro… si permanecían tal vez yo, en el futuro, lograría darme cuenta de algo. Lamentablemente, pienso ahora, nunca logré entender qué podía ser ese algo... ¿Qué fue lo que ocurrió…? Me recetaron un shampoo especial que terminó por quemar mi cuero cabelludo y tuve que cortarme el pelo prácticamente al cero. No hubo más piojos, desde entonces. Ni nada más culeando -de esa forma al menos-, en mi cabeza. Como resultado, nunca comprendí ese algo que tal vez hubiese aclarado algunas cosas. Mal resultado, pienso ahora. Triste resultado.

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