jueves, 23 de abril de 2020

Un ritual innecesario.


Hago la cama antes de acostarme.

O la hago y la deshago, más bien.

Es algo tonto, tal vez, pero se ha vuelto costumbre.

Está deshecha todo el día, es cierto, pero antes de acostarme me preocupo de ordenarla a la perfección.

Estiro las sabanas.

Arreglo las almohadas.

Estiro y ajusto frazadas (si es que hay).

Y me preocupo que el cubrecama quede bien puesto.

Incluso, suelo colocar unos cojines, aunque debo retirarlos casi de inmediato, para poder acostarme.

Es decir, no la preparo para dormir, sino que cubro incluso las almohadas con el cubrecama y coloco los cojines, como si no tuviese intención alguna de meterme próximamente en ella.

Una vez que está hecha, por cierto, la observo un par de segundos.

De cierta forma es como sacarle una fotografía y corroborar que está correctamente dispuesta, nada más.

Luego la abro, saco los cojines y me meto dentro.

Reacomodo las almohadas para leer un rato y a veces llevo el notebook, para escribir un poco.

De hecho, escribiendo ahora, es cuando me doy cuenta que (tal vez) parte del ritual es innecesario.

La parte de cubrir las almohadas, más que nada, y la de poner los cojines que retiro casi de inmediato…

Hoy, por cierto, he leído Lady Macbeth, de Leskov, una novela gráfica belga y ahora estoy frente al computador, tecleando estas palabras.

Solo me falta ponerle el título, para poder terminarlo e intentar dormir un poco.

Después de unos minutos ya me he decidido:

Un ritual innecesario.

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