miércoles, 15 de abril de 2020

Llorar sobre la tumba equivocada.


Lloró dos años sobre la tumba equivocada.

Tenía el mismo tipo de lápida y se encontraba junto a un árbol similar.

No se dio cuenta del error, hasta que un día se dedicó a limpiar con detención y reparó en algunas letras que no debía tener el nombre.

Se detuvo entonces y observó bien, no entendiendo el error y tratando de ordenar lo sucedido.

Ya había ido por lo menos seis veces a llorar sobre la tumba equivocada.

Seis veces en dos años.

Repetía el camino, segura, prácticamente sin mirar.

Llegaba hasta la fuente, por la entrada principal y luego caminaba hasta una especie de plaza en la que había una estatua, con dos mujeres y un joven, aparentemente conversando.

De ahí eran unos veinte metros más, hacia la derecha y se distinguía el árbol, luego la tumba.

No entendía cómo podía haberse equivocado.

Ya había puesto las flores y decidió terminar de limpiar, mientras pensaba qué había sucedido.

Retrocedió entonces el camino, hasta la fuente, preguntándose si había servido, o no, llorar sobre la tumba equivocada.

Se fijó entonces, que desde la fuente nacían cuatro caminos, y todos ellos levaban a esa misma especie de plaza con la misma estatua de las dos mujeres y un joven…

Y desde ahí, casi siempre a la misma distancia y en la misma dirección, un árbol más o menos similar, que debía haber sido plantado al mismo tiempo, pues todos tenían más o menos la misma altura.

Probó por dos caminos y entonces encontró la lápida correcta.

Estaba limpia y tenía todavía algunas flores, de otros que tal vez habían ido a visitar.

Se acercó a la tumba y volvió a preguntarse sobre si era válido o no haber llorado en otra tumba.

¿A quién le habrá servido…?, se preguntó.

Luego de un rato se dio cuenta que en vez de llorar le estaba dando risa.

Una risa nerviosa que intentó ocultar, pues había gente cerca y podían tomarla por loca.

Ocultó su rostro, para que no la vieran reír y decidió que era mejor regresar.

De vez en cuando, volvía a tentarse de risa y debía disimular nuevamente.

Se detuvo por un momento en la plaza y luego junto a la fuente.

Le brotaron lágrimas, incluso, por la risa, que debió secar.

Por último, pensó en si debía o no volver la vista atrás, para recordar bien cuál era el camino correcto.

Pero finalmente lo hizo.

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