lunes, 13 de abril de 2020

Cuando hacía algo bueno le salían ronchas.

“Su sangre era mucho más sensible
que cualquier otra parte de su cuerpo;
transmitía el anuncio de su ruina
a través de todo su organismo”.
F. O.

Cuando hacía algo bueno le salían ronchas. Sarpullidos que enrojecían su piel llenándola de granos y produciéndola una picazón que no sabía soportar. Por eso, decía, no le gustaba ser buena. Porque el cuerpo no la dejaba. Porque Dios, de haber tenido cuerpo, no habría sido bueno en lo absoluto. O su piel habría sido constantemente una llaga, y no lo hubiese podido soportar.

En ocasiones, no se daba cuenta que era buena hasta que aparecían las ronchas. Entonces, ellas mismas le advertían que algo debía cambiar. A veces incluso bastaba pensar en ellas para que desaparecieran. Olvidarse del resto, digamos, y centrarse en la piel, hasta que todo fuese como antes.

A mí, supuestamente, dejó de verme por eso. Me explicó que estar conmigo se traducía en un incesante sarpullido. No le creí en un inicio, pero mientras me lo explicaba su piel enrojeció de golpe y sus uñas se enterraron en ella, hasta hacerla sangrar. Aunque no te importe la verdad, te la digo, me dijo. Luego la oí reírse, nerviosa, mientras se daba media vuelta y se iba del lugar.

Volví a verla años después, de casualidad, sin que notase mi presencia. Iba conversando con un hombre y cargaba a un niño. Su piel estaba tersa y su sonrisa era distinta a la que creía recordar. Cuando pasé junto a ella me pareció que se rascaba ligeramente una mejilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales