“Es el templo,
por el mero hecho de alzarse ahí,
en permanencia,
el que le da a las cosas su rostro”
M. H.
Cada cierto número de pasos ella se detenía a
recoger algo. Lo levantaba y lo miraba a la luz, en una de sus palmas, luego,
por lo general, lo guardaba en su bolso. Lo hacía con la delicadeza de recoger
algo vivo, pero lo cierto es que se trataba de piedras, hojas, ramas, o cualquier
otra de esas cosas comunes que podemos encontrar mientras caminamos por un
pequeño bosque.
-¿Qué haces con eso que recoges? -le pregunté,
luego de avanzar casi la mitad del camino.
-Depende… -me dijo, mientras volvía a recoger
algo-. Por lo general vuelvo a mirar lo que recojo, bajo otra luz, luego de
terminar la caminata…
-¿Y entonces?
-Entonces voy dejando en el suelo algunas de las
cosas… las que me parecen menos vivas, bajo la luz…
-¿Menos vivas?
-Sí -me contestó, como si estuviese diciendo algo
obvio-. Las que no sobreviven a la luz.
Seguimos avanzando y no quise insistir con mis
preguntas. Ella seguía con su actuar y yo la observaba a ella, tanto o más que
al lugar por donde avanzábamos.
Cuando se detuvo y puso a la luz una hoja rojiza que
había recogido, me atreví nuevamente a hablar sobre aquello.
-¿Las coleccionas, entonces…? -pregunté-. Las cosas
que recoges…
-No sé si las colecciono… -me dijo-. No me gusta
esa palabra… aunque supongo que las selecciono al menos… o las distingo…
-¿Pero tienes muchas…? -continué-, las que
distinguiste, me refiero…
-No -contestó-. Al final termino dejando todo, o
casi todo… o más bien las reemplazo…
-…
-Igual preferiría hablar sobre otra cosa… -agregó-.
Me siento torpe hablándolo, no es que me moleste…
-De acuerdo -dije yo, tratando de no tomármelo a
mal.
Poco después, salimos del bosque.
Comenzaba a oscurecer.
En la distancia, todavía, podía vislumbrarse un
templo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario