viernes, 10 de enero de 2020

Solo me maquillo para los funerales, me dijo.


Ella me dijo que no sabía por qué. Que no le gustaba, en parte, pero también era otra cosa. Solo me maquillo para los funerales, me dijo, y hoy que yo sepa no ha muerto nadie. Yo pensé en discutir y decirle que siempre muere alguien, pero sería una conversación absurda y además no me parecía el camino adecuado para convencerla. Argumenté hablando de arte, finalmente, de la necesidad de realizar esas fotografías por un bien mayor y no sé bien cómo, pero de pronto me escuché hablar del papel trascendente de la estética y su rol en el avance espiritual del hombre. Eso es pura mierda, lanzó ella entonces. Es cierto, pensé yo, pero no quise aceptar sus palabras, pues eso era también renunciar a un propósito que creía mayor. Si te sirvo así, hagámoslo, apuró ella. Es simple en el fondo. Mi piel es esta, me dijo. No necesito el maquillaje. Yo la miré y no supe qué más decirle. Después de todo hubiese sido cruel plantearle que no me servía siendo ella misma. ¿Supongo que tampoco quieres que utilicemos luces artificiales?, le pregunté. Ella asintió, sonriendo. Fingí entonces que la comprendía y comencé a sacar fotos. Ni siquiera le di instrucciones. Has lo que quieras, le dije. Ella pareció feliz y recorrió el lugar, mirándome de vez en cuando. De cierta forma sentía que yo era el que estaba posando, maquillado, mientras la fotografiaba. Estuvimos así poco más de una hora hasta que ella alegó cansancio. ¿Te cansas de ser tú misma?, le pregunté. Ella no contestó. Entonces dejé la cámara a un lado y le pagué por su tiempo. Le entregué exactamente lo acordado. Luego ella se despidió y me dijo que si quería tenía derecho a contar lo sucedido, pero de otra forma. Cambia un par de cosas, me dijo, ya sabes cómo hacerlo. Yo asentí. La acompañé hasta que salió del lugar y nos despedimos brevemente. Finalmente, guardé mis cosas y borré las fotos. Hoy no ha muerto nadie, me dije.

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