Aprendió a hacer un truco con cartas. Era un buen
truco. Lo presentaba de otra forma, pero los hechos concretos eran dos: te pedía
que escogieras una carta desde un mazo y que tomaras un huevo desde una bandeja
donde había también otros huevos. Luego contaba historias y otras anécdotas. Te
enredaba un poco. Hablaba sobre el interior de las cosas. Creo que decía que
las cosas estaban privadas de interior. Entonces, mientras sostenías el huevo
elegido, te explicaba que un huevo no era realmente una cosa. Es todo, menos
una cosa, decía. Luego, para demostrarlo, quebraba -aparentemente al azar-,
algunos de los huevos que no habías elegido. Entonces se ponía a hablar de lo
que había al interior del huevo. Yema y clara, por supuesto. En unos pocos, dos
yemas y prácticamente en ninguno, un pollo. Lo difícil, explicaba entonces, era
hacer aparecer la carta al interior del huevo sin que rompiera la yema.
Explicaba que era casi imposible ya que la carta, si bien era de un tamaño más
pequeño que las habituales, apenas dejaba espacio para que la yema se ajustara.
Uno pensaba que bromeaba, por supuesto, pues en todo momento habías tenido en
tu poder el huevo. Entonces doblaba la carta elegida y te preguntaba si creías
si podía hacerlo. Por lo general las personas decían que no y él las retaba por
no tener fe y poner en duda su propio interior al hacer eso. Ustedes también
son huevos de una sola yema, decía. Luego explicaba que la clave no era
meter la carta al huevo. No es cosa de introducir, sino de hacer aparecer,
te decía, aparentemente concentrado. Recién en ese instante, mostrando que
desapareció la carta que había doblado y mantenido en una de sus manos, te
pedía que rompieras el huevo. Te acercaba un recipiente para poder vaciar el
huevo y luego lo quebrabas, por supuesto, y hacías lo que te decía. Si lo realizabas
con cuidado el huevo se quebraba y salía la carta doblada cubierta de clara, y
la yema intacta. Por lo general la yema era muy anaranjada, y quedaba en el
recipiente como un pequeño sol. La carta, claro está, resultaba ser la que habías
elegido en un inicio. Todos comienzan a aplaudir, por supuesto, en ese
instante. Y todos también, rápidamente, comienzan a olvidar lo maravilloso, que
había al interior del huevo.
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