lunes, 20 de enero de 2020

La pelota de trapo.


Entre otras cosas, el abuelo decía que jugaban fútbol con pelotas de trapo. Hablaba de otra época y relataba algunas anécdotas que había vivido hacía setenta años. Los niños lo escuchaban, aunque sin entusiasmo, sabiendo que ese era el requisito que tenían que cumplir para parecer buenos chicos y recibir su regalo. En el mejor de los casos hacían alguna pregunta o se reían un poco, cuando en las anécdotas se mencionaba a alguno de sus padres o se relataba algo que tuviese relación con el dinero que había llegado a tener el abuelo, sus novias, sus viajes o los terrenos en el norte, que se habían perdido con el tiempo.

Esta vez, sin embargo, a uno de los niños le quedó grabada la idea de la pelota de trapo. Mientras el abuelo seguía hablando comenzó a pensar de qué forma un trapo -porque sabia ciertamente lo que era un trapo-, podía transformarse en una pelota, con la que jugar al fútbol.

No se puede, pensaba. Si enrollas un trapo y lo haces pelota se desarma de inmediato. Tal vez el abuelo miente.

Fue un pensamiento sencillo, sin mala intención, pero le quedó dando vueltas un bien rato. Incluso después de recibir su regalo seguía pensando en la posibilidad de la pelota de trapo, y de paso, en la posibilidad de que el abuelo no mintiese, como mentían sin duda todos los demás.

-¿Qué crees sobre la pelota de trapo? -pregunto entonces el niño, a uno de sus primos.

-¿Qué pelota de trapo? -le preguntó su primo de vuelta, sin prestarle atención.

-Lo que hablaba el abuelo… lo de jugar con pelotas de trapo… ¿crees que era verdad?

El primo se levantó de hombros y siguió con lo suyo, sin demorarse más en aquel asunto.

Igual es una tontera, se dijo el niño, tratando de pensar en otra cosa. Si miente o no es cosa suya. No debiese importar…

A pesar de decirse aquello, el niño siguió dándole vueltas a la idea. A que las historias del abuelo pasaron a sus padres y que luego tal vez él mismo se los contaría a sus hijos y a sus nietos, en el futuro, sin importar si eran o no verdad.

Eso lo angustió un poco, durante el resto de la tarde.

-¿Todo está bien? -le dijo entonces el abuelo, mientras se despedía de él, al final de la visita.

El niño lo miró directamente y por un momento estuvo a punto de preguntarle por la pelota de trapo, pero finalmente no lo hizo.

-Todo bien -le dijo, bajando la vista-. Estaba pensando en otra cosa…

-Yo sé en qué estás pensando -le dijo el abuelo, acariciándole el pelo, como cuando era más pequeño-. Yo sé en qué estás pensando…

Y el niño, aunque sabía que era absurdo, de cierta forma se alegró.

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