domingo, 26 de enero de 2020

Me molestan porque no sé remar.


Me molestan porque no sé remar. Yo explico que fallo al pensar el movimiento. Si analizo lo que voy haciendo, no coordino, les digo. Ellos se ríen y molestan un poco, pero saben que es cierto. La cuestión es simple: si pienso en otra cosa o estoy borracho o no me doy cuenta que voy remando, lo hago bien. Algunos de ellos han sido testigos y confirman mis palabras. Borracho rema bien, dice uno. Otro de ellos también respalda. Entonces uno de ellos me dice que debiese darle otra vuelta al asunto. Que la explicación parece clara, pero debiese buscar una verdadera razón tras esa respuesta. Yo no sé a qué quiere llegar, pero entonces saca a colación otras de mis acciones y sugiere que el problema es otro. El problema es lo que piensas cuando piensas cómo remar, me dice. Crees que piensas en el cómo, pero en realidad cuestionas hacia dónde. Y como no estás convencido te trabas, y el cuerpo que crees torpe en realidad te está obedeciendo perfectamente. Entonces, ¿no remo porque no sé dónde ir?, le pregunto. Más o menos, me contesta. Sabes dónde ir, pero no estás convencido. Tras escucharlo, me quedo en silencio un rato, y pienso que puede ser cierto. Después de todo, casi nunca estoy convencido de nada, si soy sincero. Tal vez debas aprender a flotar, dice entonces otro. O sea, a dejarte flotar y no intentar remar si ya no sale. ¿Flotar en el bote?, pregunto. Claro, me contestan. O descansar más bien, ahí dentro. Yo pienso un poco en lo que dicen, pero me siento incómodo. Tal vez hubiese preferido que me molestaran simplemente, por no saber remar, y no darle más vueltas al asunto. De todas formas, borracho remo bien, les digo entonces, para aligerar el tono. Ellos no parecen convencidos, pero aceptan mi conclusión. Poco después abro otra cerveza y la bebo en silencio, junto a la fogata. Cuando la termino, me despido de todos, y me voy a acostar.

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