viernes, 17 de enero de 2020

A juicio.


Fue a juicio seis veces. En cuatro de esas oportunidades fueron cargos menos graves, por lo que se llegó a un acuerdo y él, prácticamente, no sintió que fue juzgado. En las otras oportunidades se desarrolló un proceso más extenso. Parecido a lo que él había visto en películas, aunque obviamente sin glamour ni grandes discursos ni apelaciones al jurado, que no había. De todas formas, según cuenta, al menos sintió que fue juzgado. El juez escuchaba a los abogados, leía breves documentos y lo miraba a él, de vez en cuando, midiendo sus reacciones. Fueron jueces distintos, pero él sintió lo mismo, en ambas ocasiones. Juicios de dos y tres días en los cuales debió comparecer, hubo testigos y hasta tuvo que declarar, brevemente, siguiendo las indicaciones de su abogado. Era extraña la sensación de ser juzgado, según escribió en su última carta. Sentía que no hablaban de él, mientras lo juzgaban. Que estaba ahí, por supuesto, pero que lo pasaban por alto, y hasta que no tenía derecho a ser él, en ese sitio. En la misma carta, además, comenta cómo le afectó descubrir, ya en reclusión, que él nunca juzgó a nadie. Que no tuvo derecho ni oportunidad de juzgar a nadie. De eso es lo único que habla, de hecho, en los dos últimos párrafos. Luego se despide, cordialmente. Pone su firma, al final, y la fecha. Nada más.

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