lunes, 27 de enero de 2020

Dedos sanos.


Creo que me quedan los dedos sanos. Los dedos de los pies, por cierto. Justo al revés que a los montañistas que se les quedan congelados los dedos en las botas. Yo me saco el calzado y me sorprendo: lo que se ha quedado congelado es todo lo demás. Solo los dedos quedan vivos, apenas, mientras el resto se aprecia inerte, pegado al mundo. Eso es más o menos lo que ocurre. Rodeamos lo que fuimos y nos despedimos, brevemente. Entonces yo-dedos debo seguir de alguna forma. Debemos seguir de alguna forma, corrijo. Nuestra única ventaja es el número, pues ahora somos diez. Pequeñitos descubriendo qué, dónde y para qué somos, mientras contamos únicamente con una uña a modo de escudo. No nos desesperamos, sin embargo, en nuestra búsqueda. Nos acercamos por momentos a la luz del sol, a la sombra o a un lugar húmedo, según sea el caso. Nuestra única regla es ir en grupo. Lo acordamos avanzando, simplemente, sin más lenguaje que nuestras propias acciones. Aprendimos, por cierto, que es un buen lenguaje. Nuestras acciones y el contacto, corrijo. Aunque no sé todavía si llamarlo contacto humano. El mundo es el mismo, ciertamente, pero parece nuevo. Ni siquiera podemos verlo, pero lo disfrutamos igualmente. Los diez estamos de acuerdo en esto y supongo que también en todo lo demás. Eso es lo que somos, ahora. Lo demás vendrá a su tiempo.

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