lunes, 14 de enero de 2019

Una pequeña isla.


Un amigo recibe de herencia una pequeña isla, cerca de Chiloé.

Firma un documento, le entregan unos mapas y unas fotos donde se ve la isla, desde fuera.

Entonces nos reunimos con otro par de amigos y vamos a su isla, a conocer.

Compramos provisiones y pagamos una lancha, para que nos lleve.

-¿Sabe cómo se llama la isla? –pregunta mi amigo al hombre de la lancha.

El hombre mira el mapa y luego intenta distinguir cuál de las pequeñas islas o islotes es la que ha heredado mi amigo.

-No tiene nombre –dijo al fin-. Pero ya sé cuál es…

-¿Ninguna de esas tiene nombre…? –siguió mi amigo.

-No tienen…

-Y cuando van hacia allá… ¿cómo dicen a qué isla van?

-No necesitan nombre –insistió el hombre-, además nadie va.

Cuarenta minutos después, después de varias vueltas nos acercamos a la isla.

Recién entonces nos percatamos que no podremos bajarnos, pues la isla no tiene un lugar para fondear…

-Yo pensé que querían verla, nada más –nos dice el hombre de la lancha.

Dicho esto, rodeamos la isla, y vimos que era igual a michas otras islas del sector.

Llena de vegetación.

Con roqueríos en la orilla.

Luego nos detuvimos un momento e intentamos sacar una foto.

Tras varios intentos, le pedimos al hombre que la sacara, para poder salir todos.

-¿Quieren que se vea la isla? –nos dijo.

-No es necesario –dijo mi amigo-. No todas las cosas están hechas para ser vistas.

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