domingo, 6 de enero de 2019

No veo aquí cuando miro para allá.


I.

No veo aquí cuando miro para allá.

Ahora lo acepto, pero hubo un tiempo que lo consideré un problema.

De hecho, en ese entonces, busqué estrategias para hacerlo.

Fueron años intentando distintas fórmulas.

Pero lo cierto es que todas ellas fracasaron.

Incluso se lo plantee a algunos que consideraba sabios.

Subí y bajé montañas para encontrarlos.

Debes elegir, me dijeron.

O ves aquí cuando miras aquí, o ves allá cuando miras hacia allá.

Y como yo guardé silencio complementaron con una voz grave:

En la elección reside el verdadero núcleo de la naturaleza humana.

Y claro, entonces dije algo para que ellos guardaran silencio.

Algo sin importancia, por supuesto.

Y ellos callaron.


II.

Nunca –o casi nunca-, aciertan los sabios.

Antes me enojaba, pero ahora pienso que sus desaciertos son prueba de mi propia sabiduría.

Así, tras pensar y repasar el asunto suelo elaborar, finalmente, mis propias conclusiones.

Por ejemplo, en la situación anterior, concluí que no soy yo el que no puede ver aquí cuando miro para allá.

Sino que es el mundo el que se escabulle y no se deja ver totalmente.

Un problema de espacio, digamos.

Y de falta de voluntad del mundo, para ser visto.

Me refiero a que si todo fuese aquí, o todo fuese allá el problema pasaría a estar solucionado.

Y aboliríamos entonces el espejo retrovisor y hasta posiblemente tendríamos que resignificar lo que entendemos por el tiempo.

Aunque supongo que eso también requeriría más cambios, y hoy apuesto por la permanencia.

Y es que de cierta forma, he descubierto que me gusta cómo son las cosas.

O más bien, he descubierto que me gusta aceptar, cómo son las cosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales