jueves, 10 de enero de 2019

Cuidando un caimán.


En el verano pasado un amigo me pidió que le cuidara su casa un par de semanas.

Todo era normal salvo que él había hecho un pequeño estanque en el patio y ahora vivía en él un pequeño caimán.

El animal lo había comprado un par de meses atrás y lo alimentaba generalmente con porciones de carne que había dejado en el refrigerador, junto a instrucciones claras.

Yo, por otra parte, me había llevado una serie de películas y libros porcionados también y dispuestos para cada día.

Así, los días que el libro era “liviano” -Chandler, Wodehouse o K. Dick-, lo acompañaba con alguna película más densa, de Bergman, Haneke o Antonioni; mientras que si leía a Kazantzakis, por ejemplo, luego veía algo de Wes Anderson, Kaurismaki o algo más o menos en esa línea.

Todo funcionó bien los primeros días, hasta que una mañana me percaté que el caimán había atrapado algo en la noche, probablemente un gato si me guío por los restos, y ya no supe si darle o no la ración completa de carne que se había dispuesto para ese día.

Por otro lado, esto me descolocó lo suficiente como para confundir mis propias raciones lo que me llevó a mezclar a Tarkovsky con Kant, lo que rompió también mi equilibrio, que tanto había cuidado.

La situación fue así de mal en peor pues el caimán no sé cómo se las arreglaba siempre para atrapar algún pájaro, o algún otro animal cuyos restos encontraba junto al estanque, cada mañana.

-¿Pero le das las porciones igual? –me preguntó mi amigo, cuando lo llamé para contarle lo sucedido.

-Más o menos la mitad –le dije yo-, según el tamaño de los restos que haya encontrado.

Finalmente, me recomendó aumentarle la ración, pues posiblemente el animal atacara por quedar con hambre.

Al mismo tiempo, pasé más tiempo cerca del caimán, y hasta instalé algunas cosas cerca, para leer en ese lugar y hasta ver, en compañía del animal, alguna película.

El plan funcionó hasta que volvió mi amigo, aunque el caimán se comió un libro de Nabokov –no era muy bueno, de todas formas-, y yo me desquité cocinándome una de sus porciones.

Por lo que supe, luego de un par de meses meses alguien lo denunció y le quitaron el animal, pues era una especie protegida y además no podía ser domesticado.

-Tú sabías que eso iba a pasar –le dije cuando me lo contó-. No tienes necesidad de engañarte.

-Todos tienen necesidad de engañarnos –me contestó molesto-. De eso se trata la vida.

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