miércoles, 2 de enero de 2019

Aguantar la respiración.


Aguantábamos la respiración hasta convertirnos en una cosa. Lo hacíamos como juego, claro, sin pensar en las consecuencias. Por lo general lo conseguíamos tras tres o cuatro minutos. Entonces nos desvanecíamos y minutos después –algo mareados todavía-, volvíamos de a poco a ser los de siempre y comentábamos lo ocurrido. En lo personal no recuerdo grandes transformaciones. Por ejemplo me refiero a que una vez me convertí en un vaso, otra en un llavero o en un cenicero. Y es que uno no elegía en qué se iba a transformar. Solo dejabas de ser tú y de pronto tenías la leve consciencia de ser otra cosa. Un objeto cercano, por lo general, aunque de vez en cuando ocurrían excepciones. Constanza, por ejemplo, solía transformarse en objetos lejanos. Un quitasol bajo el sol, la montura de un caballo que iba por la montaña o la rueda de repuesto de un jeep que viajaba cerca de un bosque. Y claro, eso fue en parte el origen de algunas desavenencias entre nosotros pues algunos comenzaron a competir respecto a la espectacularidad de sus transformaciones. Miguel contó que se transformó en la pistola de un asaltante, Álvaro en una pieza de una nave espacial, y recuerdo que Antonia nos contó que se transformó en una estrella de mar disecada. Yo debo haber inventado algunas transformaciones, pero lo cierto es que no las recuerdo ahora. Además que luego de lo que ocurrió con Francisca nos prohibieron hablar del tema y hasta nos hicieron dudar de nuestras propias experiencias. A veces cuando tomo objetos pienso que puede tratarse de ella por lo que suelo ser muy cuidadoso. Si se transformó en un objeto frágil, por ejemplo, puede romperse en cualquier momento, y ahí sí que la muerte sería irremediable. Y supongo que ninguno de nosotros quiere eso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales