lunes, 7 de enero de 2019

No soy políglota.


No soy políglota.

Pero puedo leer en griego, hebreo, árabe y los que utilizan el alfabeto cirílico.

Puedo hacerlos sonar, más bien.

Y es que varias veces ingresé a cursos que dejé sin terminar por lo que conservo en mi memoria el aspecto fonético de su alfabeto y algunas reglas de acentuación y ritmo.

Más allá de eso, sin embargo, no recuerdo nada en especial.

Obviamente reconozco algunas raíces comunes, pero por lo general me limito a hacerlos sonar, leyendo algunos textos como lo haría un programa de voz o alguna aplicación que utilice un tono neutro.

Y es extraño, pero lo cierto es que hacer eso me produce una buena sensación.

Por lo general lo hago con fragmentos literarios, idealmente líricos, por lo que es posible percibir cierta musicalidad en aquello que leo.

Aunque su significado, por cierto, se me escapa totalmente.

Extrañamente, he descubierto que la sensación que me embarga al leer de esa manera, es la misma que siento al estar en medio de la naturaleza.

Como si pasar mi vista por las cosas –árboles, ríos, nubes, etc.-, fuese similar al hacer sonar alguno de esos idiomas que no llego a comprender del todo, pero que de cierta forma me apaciguan.

Y hasta la musicalidad, que mencionaba antes, está sin duda presente en ambas experiencias.

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