lunes, 28 de enero de 2019

Seis años de esa forma.


El viejo me contó que vivió seis años de esa forma. En su tono se percibía cierto desprecio, aunque no alcancé a comprender hacia qué. Tal vez era hacia mí, o hacia lo que yo representaba para él.  De todas formas, no tengo claro qué podía ser aquello exactamente.  

Me explicó que durante esos seis años vivió en cines. O durmió en cines, más bien. De día tenía un empleo regular –en un banco, según recuerdo-, y de noche se iba hasta esos cines que daban películas rotativas toda la noche. Por lo general eran películas porno, me cuenta. El olor de los cines no era el mejor y a veces te despertabas cuando alguien te intentaba hacer una paja. No era el mejor lugar ni tampoco era el peor, me dice. Luego iba hasta el baño de una gasolinera y se bañaba. Uno de los trabajadores le permitía guardar un par de bolsos con sus ropas y le conseguía quién le planchase sus camisas, a bajo precio.

Hubiese seguido así, me cuenta, pero cerraron esos cines. Permanecían abiertos hasta las dos o tres de la madrugada, pero luego los hacían salir a todos. Quedó un cine que proyectaba cine arte, pero ese era el peor de todos, según el viejo. Todo era menos honesto, comenta, en esas películas. Aguantó un año en ese cine. Luego dejó de ir y poco después lo cerraron también, por las noches.

Tuvo entonces que arrendar su propio departamento. Consiguió uno pequeño y poco después, por razones que no vienen al caso, dejó el trabajo que tenía. Se casó con una vecina de infancia que tenía dos hijos y que trabajaba para una AFP. Él puso un local en el persa para vender películas. Al principio vendía películas porno, pero su esposa se enteró y ahora vende cine arte. Cuando fui a buscar unas películas de Mizoguchi y otras de Ophuls, me contó esta historia. Creo que ya dije, que en su tono, se percibe cierto desprecio.

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