viernes, 18 de enero de 2019

La metáfora no es una figura de reemplazo.


Me enseñaron que la metáfora era una figura de reemplazo.

Así lo aprendí.

Así lo enseñé incluso, por un tiempo.

Pero me enseñaron mal.

Y es que con el tiempo aprendí que la verdadera metáfora es otra cosa.

Nada tiene que ver con el reemplazo, ni con la forma en que se presenta una expresión.

Eso sería como reducir nuestra vida a la forma en que la vivimos.

Y aunque muchos piensen lo contrario, ciertamente no reemplazamos nuestra vida por la forma en que la vivimos.

Nunca comparten plenamente un mismo significado, me refiero, ambas cosas.

Con todo, comprendo que a veces sea más fácil reemplazar significados para seguir adelante.

Y decir simplemente que la metáfora es una figura de reemplazo.

Y que además no importa, en el fondo, ya que es algo de lo que te puedes olvidar.

A Job, por ejemplo, le enseñaron que la metáfora era una figura de reemplazo.

Y la aceptó sin más, porque su única opción a esa aceptación, era escupir a Dios.

Y prefirió, por tanto, escupir la verdadera metáfora.

No quiero decirlo complejo, pero no veo otra forma decirlo.

Discúlpenme aquellos a quienes les enseñé mal.

Aun cuando la otra comprensión nos lleve a escupir a Dios, incluso.

Pero será algo que hay que hacer, sin vacilar.

Pues de lo contrario será como reducir la vida a la forma en que la vivimos.

No tengo otra forma de decirlo.

Este texto, por cierto, no es una metáfora.

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