viernes, 11 de enero de 2019

No puedo remar.


No puedo remar.

No siempre, al menos.

Lo intento, pero pierdo la coordinación, y me confundo.

Mi hijo se burla de mí y yo intento explicarle.

Pero lo cierto es que ni yo mismo comprendo bien la situación.

Por ejemplo, si estoy borracho, remo bien.

O si olvido que remo mal y voy pensando en cualquier cosa.

El problema surge cuando analizo el movimiento.

Cuando pienso en el remar, digamos.

Entonces comienzo a observar mis brazos y de cierta forma me distancio de ellos.

La situación es extraña y suelo conversar de aquello con mi hijo, cuando ocurre.

No fue con esas palabras, pero la última vez él concluyó que si estoy completamente feliz, remo bien.

Yo no sé si es feliz el adjetivo y le doy más importancia al adverbio.

El punto es estar completamente de alguna forma, es mi conclusión.

Sin pensar, digamos.

Sin desconstruir la acción.

Sin analizar el movimiento.

Pero claro… eso tampoco puede hacerse de gusto.

Porthos, por ejemplo, el mosquetero más bruto, tal vez sufrió de lo mismo.

Cuando debía huir de una bomba comenzó a analizar cómo caminaba y comenzó a observar el movimiento de sus piernas… y sus pasos.

Así ocurrió la muerte de Porthos, digamos.

Más claro echarle agua.

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