viernes, 24 de agosto de 2018

Una carta, años después.

Recibió una carta, años después. Ella le escribía contándole de su nueva vida, lejos de la ciudad. La primera vez que la leyó, él no comprendió mucho. Pasó su vista por cada una de las palabras como si fuesen dibujos. Todos parecían regulares, ordenados, como si hubiesen podido ser escritos por cualquier otra persona, desde aquella ciudad. Días después, solamente, lo que había leído comenzó a adquirir sentido. Como si una voz al interior de su cabeza hubiese comenzado a traducir, desde un idioma extraño, el contenido del mensaje. Él esperaba algo único, doloroso incluso, pero lo que esa voz le dijo, finalmente, resultó ser una historia de lo más común. Ella hablaba de su trabajo, de un matrimonio, y hasta de un hijo que prontamente comenzaría a ir a la escuela. Él ya sabía todo aquello, por supuesto, pero le pareció que dicho de esa forma era una historia demasiado trivial como para ser escrita. Buscó por ello algo más que aquella historia. Me cuenta cómo está, se decía, mientras pensaba en las palabras. La leyó entonces varias veces, pero no encontró mucho más. Buenos deseos. Justificaciones. Un poco de nostalgia, en el mejor de los casos. Era imposible emocionarse a partir de aquellas palabras. Era imposible pensar en lo que el entendía por amor, tras aquel mensaje. Su conclusión fue esa. No había amor, tras aquellas palabras. Y por lo tanto, según él, nunca lo había habido. Esa era su lógica. No había amor a ninguno de los extremos de esa carta. La carta era como un planeta en el espacio, pensó. Un planeta sin vida. No colisionará nunca, durante su existencia. La historia que cuenta es elíptica y no pasa cerca de nada vivo, realmente. Hay un sol frío, en su sistema. Un planeta deshabitado que gira en torno a un sol frío, se dijo, como si lo viese girar, en su cabeza. Guardó la carta. Por inercia la guardó. Como si hubiese sido parte de su trayectoria. No la olvidó, es cierto, pero no volvió a tomarla. No le dolió. Nunca volvió a leerla. No le afectó, prácticamente. Solo una vez, años después, golpeó una muralla, molesto por no olvidar su contenido. Había bebido, aquella vez. No rompió la muralla ni se quebró la mano. Bien podría no haberla golpeado, se dijo. Fue entonces, sin embargo, que llegó la segunda carta. Semanas después del golpe en la muralla, si soy preciso. Como si hubiese golpeado a una puerta. Todo esto ocurrió hace años, según recuerdo. Nunca abrimos aquella carta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales