viernes, 10 de agosto de 2018

Intenté tocar la trompeta.


I.

Intenté tocar la trompeta.

Y la hice sonar como el culo.

Por meses intenté aprender.

Y no mejoré en lo más mínimo.

Boris Vian podía, pero yo no.

Ese era el resumen, y no otro.


II.

Logré, eso sí, patentar un par de inventos.

Fue en otra época, claro, y hoy apenas lo recuerdo.

Hice planos, construí, y recuerdo haber estado orgulloso.

Le puse un nombre en francés a aquel invento y lo dejé, en silencio.

En la tumba de Boris Vian.


III.

Entonces escribí canciones.

Poemas, novelas y hasta una ópera.

Nunca tuvieron calidad, pero yo insistía en hacer un homenaje.

Me emborraché y brindé a su salud.

Y vomité sobre mí mismo, para bautizarme con un nuevo nombre.


IV.

Fue entonces que conocía a muchos que intentaban lo mismo.

Sin embargo.

Nunca nadie más que Boris Vian, fue Boris Vian.

Nos equivocamos al emborracharnos.

Nos equivocamos en la forma de buscar la belleza.

Y es que nunca nadie más que Boris Vian, fue Boris Vian.

Utilicé su nombre y hoy me avergüenzo.


V.

Una vez me encontré con él.

Cara a cara me encontré con él, y no le reconocí en lo más mínimo.

Pero alguien dijo un nombre y volteamos al mismo tiempo.

El brillaba como si fuese de metal.

Como si fuese una trompeta a la que acaban de pulir y sacarle brillo.


VI.

Las enseñanzas verdaderas suelen ser rotundas y concretas.

Nunca nadie más que Boris Vian, fue Boris Vian.

Nunca nadie más que Boris Vian, fue Boris Vian.

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