jueves, 16 de agosto de 2018

Doce cucharas de palo.


No estoy loco. Simplemente ocurre que encontré aquello en venta, y lo compré. Un set de cucharas de palo. Doce cucharas. Doce tamaños distintos. Hechas en China, por supuesto. Lo compré y lo traje a casa. No es que saliese pensando en buscar cucharas de palo sino que me encontré con aquello. No es tan raro. Ves un set en oferta y lo compras. No es una locura. Y claro, tampoco tiene que serlo el pintarlas en casa si recuerdas de pronto que tienes unos frascos de pintura para madera, echándose a perder en algún sitio.  Y claro, como son doce cucharas distintas –tamaños distintos básicamente-, lo lógico es pintarlas también de forma diferente. Al principio pensé simplemente en colores, pero luego me decidí por rostros. Por darle cierta personalidad y una expresión a cada una. No creo que haya nada malo en eso. Además la forma de la cuchara llama un poco a eso. Son un tanto antropomórficas, después de todo. Cabeza y cuerpo, digamos. No creo que haya señal de locura en todo eso. Y claro, llegué así a las doce cucharas, que ahora eran doce individuos de palo. Irrepetibles y con ciertas expresiones que intentaban marcar sus diferencias. Todo había seguido un camino lógico y me pareció lógico también darles un nombre. Eso fue todo. Luego las ordené en una mesa y hasta ahí llegan mis acciones. Lo de representar, con ellas, una última cena o que me encontraron hablándoles, ya es invento puro. Mala voluntad, incluso, si se quiere. Nadie gana nada con eso. Ni ellas, ni yo, ni nadie, si se detienen a pensarlo. Sé que no estoy loco y por eso les comento mis acciones e intento aclararlas. Nunca miento, después de todo, aunque a veces lo parezca. Pueden comprobarlo, si quieren. Y es que nunca he olvidado que son cucharas, digamos. Y nunca he olvidado que estoy solo. Esa es mi versión.

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