Ellos estaban acampando en un sector prácticamente
inhabitado. Habían llegado tras un acercamiento en lancha y varios kilómetros
de caminata.
Él cargaba las cosas más pesadas, pero era ella
quien llevaba lo más imprescindible y quien solía organizar en detalle estos
viajes, que habían realizado ya en varias ocasiones.
El silencio en el lugar que eligieron les pareció
absoluto, por lo que el temperamento de ambos se vio considerablemente
afectado.
Fue al segundo día cuando encontraron un grupo de
cangrejos flotando en la orilla del lago.
Ambos los tomaron, los olieron y conversaron sobre
la posible procedencia y la forma en que habrían podido llegar a ese lugar tan
apartado.
-Quizá un pescador los tenía en su bote, y cayeron
al agua –dijo ella.
-No parecen muertos hace mucho –dijo él.
Al día siguiente el lago estuvo calmo y el silencio
comenzó a incomodarles.
Ni siquiera los abejorros que molestaron el primer
día vinieron a inquietarles durante la comida.
Esa noche conversaron sobre el tema.
-¿Te imaginas…? –dijo ella- ¿Te imaginas si mañana
comienzan a llegar cadáveres de hombres por el lago?
-¿A qué te refieres? –dijo él.
-Lo sabes… -continuó ella-. Ni siquiera se oyen
pájaros… no hay bichos… si hasta el árbol donde colgamos la ropa parece muerto…
-Los árboles de esa especie siempre parecen
muertos, son secos…
-No… no me refiero a eso… me refiero a que parecen muertos
recientemente…
-Eso es absurdo.
-Lo sé… -dijo ella-, lo sabemos… pero ¿no te
resulta extraño este silencio…?
Quizá fue por esta sensación extraña que decidieron
adelantar el regreso.
Así, a la mañana siguiente recogieron sus cosas y
volvieron a armar las mochilas. No hablaron sobre esta idea de la muerte del
mundo, aunque mientras desayunaban, a la orilla del lago, ambos compartieron la
idea de que el agua estaba inerte.
-El agua se mueve porque el mundo se mueve –dijo ella.
-Eso no es cierto –dijo él-. Hay fenómenos que lo
explican… la luna y esas cosas…
-Lo sé… -agregó ella-, pero hoy tengo esa impresión…
nunca lo había visto así…
-¿Y qué veías…? –preguntó él- ¿Que el agua se movía
por sí sola?
-Sí… quizá sí… tal vez era la ilusión de sentirla
viva…
-¿Y ahora piensas que murió o algo así…?
-No exactamente… siento que es el mundo el que la mueve…
-¿Y por qué sientes que se mueve el mundo? –volvió
a preguntar él, con un tono extraño.
-Tal vez porque alguien lo empujó –contestó ella-.
Alguien empujó el mundo hace mucho y se está cayendo.
Él no quiso preguntar nada más.
Caminaron seis horas antes de llegar al punto donde
esperarían la lancha.
Él encendió su celular y comprobó que tenía carga y
señal suficiente para llamar al hombre de la lancha.
La comunicación se realizó sin problemas.
Hora y media después la lancha llegó hasta donde
ellos se encontraban.
-Ese no es el hombre que nos trajo –comentó ella,
mientras se acercaba a la lancha.
-De cierta forma sí –dijo él, con tono
cansado.
Justo en ese instante, el cielo comenzó a cubrirse.
Todo parece inexplicable o fortuito, hasta que el cielo se cubre, entonces ¿qué sabremos?
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