No le gustaba admitirlo, pero uno de las pocas pasiones mundanas que supuestamente
tenía Wingarden eran los espectáculos de hípica.
Así, son varias las referencias que encontramos en
sus recientemente publicadas Cartas –este
fin de semana ya he leído dos de los tres tomos-, aunque el referido autor se
cuida mucho de señalar la cantidad de veces que asistía a las carreras o sí su
asistencia estaba relacionada directamente con apuestas u otras actividades que
escapasen a la mera contemplación de los caballos en movimiento.
Con todo, me llama la atención una historia que
contaba Wingarden en una carta dirigida a un primo que vivía en Londres a quien
encargaba dejar flores en la tumba del “Chavalier Ginistrelli”, quien habría
sido, según palabras de Wingarden, el más valioso
de los criadores de caballos de todos los tiempos.
Wingarden contaba así, en aquella carta, que
Ginistrelli había tenido una yegua paridora (“Signorina”) que había sido
considerada estéril, pero que tras 10 años había logrado quedar preñada. Así,
tras dar a luz un buen ejemplar (Signoro,
quien cosecharía un par de premios) algunos importantes propietarios decidieron
cruzarla con varios de los mejores sementales de la época, traídos incluso
desde la Inda, con esa única misión.
Ginistrelli, sin embargo, atento a los modos y
movimientos de Signorina, creyó ver en ella cierta inclinación por el sencillo
caballo de un trabajador que solía pasar por el lugar. Así, tras varias
discusiones y luego de ser tildado de insensato, Ginistrelli decidió respetar
los gustos de Signorina y desechar a los otros distinguidos pretendientes.
“Hay dulzura en los relinchos de Signorina…” habría
comentado Ginistrelli, “y hay que casarlos”.
De esta forma, nació de la unión de Signorina con
ese sencillo caballo –que ni nombre tenía-, la yegua Signorinetta, que llegó,
contra todo pronóstico, a ganar incluso el Derby (1909, creo), pagando la suma
de 100 a 1, rompiendo todo pronóstico y siendo hasta hoy, la mayor sorpresa de
un gran premio de hípica.
Ahora bien, debo admitir que tras leer la historia
contada por Wingarden me dediqué a corroborar los datos, y resultaron ser tan ciertos
que incluso di con un método de crianza que privilegiaba ante todo, “la
elección conyugal del propio animal, cuando se manifestase de una forma dulce y
no dirigida por el celo”, creada por el propio Ginistrelli.
Y claro, años después –me entero por las cartas-,
Otto Wingarden, poseedor de una extraña delicadeza, pide a un primo hermano que
lleve flores hasta la tumba de este hombre, quien hizo de esa misma delicadeza
el centro de un extraño, pero eficaz, método de crianza.
Por último, antes de terminar, me gustaría señalar
que nada hay de irónico en mi mirada ni tampoco grandes interpretaciones ni
segundas lecturas.
Simplemente, trato de ponerme lentamente, mientras
escribo, en el lugar de Signorina, Wingarden y Ginistrelli… y me dispongo a
dormir con un poquito más de fe en la bondad, en la dulzura y hasta en la
recompensa de las buenas decisiones.
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